English | Español | August 15, 2018 | Issue #63 | ||
Hemos conocido a la corporación y somos nosotros mismosEn los límites de los anticorporativistas renacidos en los Estados Unidos, como se mostró en el debate reciente en torno al sistema de saludPor Al Giordano
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Mientras tanto, cualquier progreso real que mejore las vidas de los pobres y de la clase trabajadora debe ser, de acuerdo con ellos, detenido en seco, incluso satanizado, si no derroca de forma tajante e inmediata la realidad del dominio corporativo del mundo.
La edición del programa de televisión Bill Moyers’ Journal del 18 de diciembre ofreció un ejemplo de representación justa de la incongruencia de esta posición: Moyers abrió una mesa redonda con la siguiente pregunta a Matt Taibbi de la revista Rolling Stone:
“Empecemos con algunas noticias. Esta semana algunas de las compañias aseguradoras más grandes: Well Point, Cigna, United Health, llegaron al lugar más alto de las 52 semanas en sus cotizaciones, luego de que fue claro que no habría opción pública en el proyecto de ley del sistema de salud que en este momento está en el Congreso. ¿Que me dices de eso, Matt?”
La “preocupación” primera y central de Moyers no era si la reforma al sistema de salud pudiera afectar las vidas de la gente real, sino si esto causaba que las acciones de las corporaciones aumentaran.
La respuesta de Taibbi tenía el mismo enfoque miope:
“Bueno, yo creo que lo que la mayoría de la gente debería de sacar de esto es que los subsidios masivos para las aseguradoras se han mantenido, mientras también han expandido su base de clientes debido a que en el proyecto hay una resolución individual que proporcionará a esas compañias, ustedes saben, 25 o 30 millones de nuevos clientes, y quienes estarán pagando por seguros de gastos médicos. Así que, obviamente ha sido de gran ayuda para la industria. Y creo que Wall Street leyó correctamente lo que significaba el esfuerzo por el sistema de salud.”
En ambas—pregunta y respuesta—no hubo consideración por lo que le pasa a la gente de abajo. Sus ojos se elevan—con anteojeras puestas—solo para ver el círculo de arriba. Y son precisamente los medios masivos corporativos los que los han programado a ellos y a otros para obsesionarse con ese circo.
Para uno que ha pasado los últimos 35 años organizando y escribiendo en contra del poder corporativo—con algunos éxitos concretos, algunos fracasos notables y muchos ensayos y errores—en el trabajo de mi vida aún permanece como meta central el desmantelar el “ super-Estado” del poder corporativo, lo que significa reemplazar al sistema capitalista con, bueno “algo más.” (Tengo una visión más desarrollada de lo que “algo más” significa, pero es una conversación que vale más la pena tener con aquellos que ya están pensando mucho más allá. Lo que si ofrezco, abajo, son algunos pensamientos generales.)
Sin embargo, los anti corporativistas renacidos se quedan cortos y no se dan cuenta que el capitalismo es el problema de fondo. Moyers hizo una breve introducción previa a su pregunta con esta negación: “No es un problema del capitalismo en su funcionamiento. Es el capital. El dinero crudo, montones de dinero, comprando políticos y política como si fueran comerciantes en el mercado de cerdos.”
Lo siento Bill, pero sí, eso es precisamente lo que es el capitalismo en funcionamiento.
Y es así como el capitalismo ha funcionado por mucho tiempo.
Así como Barnet y Mueller predijeron en los setentas, la riqueza se ha estado concentrando cada vez más en las manos de unos pocos, y con él el poder corporativo sobre la gente y sus gobiernos.
El cuadro de blogueros progresistas que comparten la visión a medias de Moyers—que el poder corporativo debe ser detenido, pero que no ofrecen ni una pequeña sugerencia o visión con lo que debe reemplazarse—teclean furiosamente sus denuncias en sistemas operativos fabricados por Microsoft o Apple. (Cierto, algunos nobles usan Linux y software libre, sin embargo, los usan en componentes fabricados por corporaciones en fábricas donde se explota a los obreros no sindicalizados de países subdesarrollados.) Sus demandas hacia otros por una pureza anticorporativa son hipócritas desde un principio.
Un buen ejemplo: Keith Olbermann—quien últimamente ha compartido su tendencia anticorporativa renacida—suelta sus despotricados comunicados desde los estudios de General Electric (propiedad de NBC). Si tuvieramos que aplicarle a Obermann su propia vara de honestidad, tendríamos que ignorar todo lo que dice y simplemente reportar como las acciones de GE aumentan o disminuyen por cada discurso televisado de Keith. Ah, pero eso nos haría tan tontos como la caricatura de él mismo que se ha inventado.
La verdad no contada es que los estadunidenses con preparación universitaria no están listos o preparados para vivir o trabajar en una sociedad post capitalista. Se han debilitado y deformado alrededor de las tecnologías producidas por las corporaciones y por los lujos a los que se han acostumbrado y se han vuelto dependientes. Y así, hay un vago llamamiento de estos barrios para que el gobierno les proporcione estos lujos y estas tecnologías en su lugar. A tan solo dos décadas en los talones del experimento soviético fallido uno ve poca evidencia en que aquellos que hacen el llamado han pensado realmente cómo exactamente un sistema de salud estatal, por ejemplo, podría ser operado de manera diferente, cualitativamente, al del sistema corporativo de salud de la actualidad.
Las alternativas como la democracia del lugar del trabajo (en la que los trabajadores colectivamente se apropian de los medios de producción) han probado ser difíciles y casi imposibles de sostener en una sociedad tan individualista como la de los Estados Unidos. Ni la izquierda bucólica hippie de finales de los sesentas ni los obsesionados con la sobrevivencia ante una catástrofe de la derecha cristiana de finales de los ochenta pudieron desarrollar un modelo sostenible que pudiera desprenderse del mango del capitalismo corporativo. A pesar de sus intentos de adoctrinamiento y de las enseñanzas en casa a sus vástagos, ambos fueron abandonados y rechazados por sus hijos en tan solo una generación.
Un mayor éxito se ha visto en el llamado Tercer Mundo, y particularmente aquí en América Latina donde varios modelos alternativos—desde la autonomía zapatista en Chiapas al socialismo del siglo XXI en Venezuela a las variaciones indígenas del modelo venezolano en Bolivia—han surgido en las últimas dos décadas. He considerado importante trabajar en documentar sus éxitos y en exponer los esfuerzos del capitalismo y sus imperios por aplastarlos. Aún así, mientras estos modelos han proporcionado destellos de esperanza, sería una exageración terrible afirmar que la utopía ha surgido de alguno de ellos hasta ahora.
Me es casi imposible imaginar a tantos ciudadanos estadunidenses siendo capaces de hacer los sacrificios individuales necesarios para el bien común y que se realizan en esas tierras. La especie humana, en las sociedades desarrolladas, se ha covertido tan dependiente de los sistemas corporativos y de las tecnologías como para poder de liberarse de ellos satisfactoriamente, al menos no muy rápidamente. Y así, como sustitución de casi todos los modelos propuestos por los progresistas con estudios universitarios por reorganizar la sociedad de los EEUU, tenemos estas vagas, en su mayoría incoherentes, demandas en el sistema de salud de cosas como el “único pagador” o una “opción pública” que demostrablemente no harán las cosas muy diferentes a como lo hacen las aseguradoras corporatitvas, excepto que será el muy debilitado Estado estadunidense—con sus problemas de burocracia y autoritarismo—el que en su lugar haga estas cosas.
¿Serán preferibles el pagador único y la opción pública? Si, pero con la salvedad de que la mejora sería al margen, y que también crearían nuevos problemas por resolver. Por ejemplo, todavía tengo que ver una propuesta de pagador único que honestamente admita que el remover de una sola vez a las compañias aseguradoras provocaría que cientos de miles de estadunidenses que trabajan en ellas se conviertan en desempleados. ¿Donde está el plan necesario para reciclar, rediseñar y dar empleo a esos trabajadores? ¿Quién siquiera ha mencionado eso, ya no digamos desarrollado un plan o una propuesta?
Por ejemplo, al tratar de desmantelar el complejo militar-industrial, las organizaciones de paz, los think tanks y los sindicatos, al menos han prestado un poco de atención a la idea de que las mismas fábricas que hacen aviones de guerra pueden estar produciendo sistemas de transporte colectivo, páneles solares y similares. Pero en una sociedad que necesita reducir la creación de mas papelería y de burocracia para reducir los costos, ¿que se puede hacer con una clase trabajadora no sindicalizada que está entrenada para no hacer otra cosa más que trabajo en papel? (Las mismas consideraciones deben ser hechas a la industria de servicios financieros: los llamados durante el año para detener las operaciones de rescate y permitir que esas compañias quebraran no incluían las respuestas necesarias a la pregunta: ¿Y que pasará entonces con los trabajadores en los sectores financieros y banqueros? Realmente no están entrenados para hacer algo distinto.)
En lugar de un plan verdadero, se nos ofrecen soluciones “siéntete bien” de arremeter contra las corporaciones. Perdido en el discurso: la gente de abajo. Eso es lo que ha definido al debate en torno al sistema de salud en partes de la blogósfera. A algunos no les importa que 30 millones de personas que no tienen seguro médico lo tengan ahora subsidiado. Para ellos, si las corporaciones aseguradoras también se benefician de ellos, entonces es un “mal” moral que debe ser detenido.
En este anticorporativismo renacido se olvida también lo que Alinksy, Gandhi, y otros han demostrado: Para crear y mantener un movimiento político o una revolución exitosa, se deben tener pequeños triunfos para hacerlos cada vez más grandes. Si no se tienen victorias en el camino, y aún así se les llama así, la gente pierde la esperanza y la motivación para mantener cualquier movimiento o revuelta.
Y, sin embargo, eso es precisamente a lo que la tendencia de asesinar el proyecto de ley (y seguramente los veremos comportarse de la misma manera incoherente en futuras batallas: la reforma migratoria será la próxima) le está apostando: el sentido de que nada es progreso, nada puede definirse como victoria, y que la victoria misma es mala ya que no da un giro total. Incluso esto pudiera ser comprensible si tuvieran un plan congruente para como se vería realmente la victora, y por que tipo de sociedad y sistema construirían el reemplazo del capitalismo corporativo. Pero ellos ni siquiera tienen todavía el borrador del esqueleto.
Mi propia visión, después de una vida de estudio y práctica es que el capitalismo debe y puede ser reemplazado no solo por “una gran idea” o sistema, sino por muchos y muy diferentes sistemas descentralizados, diseñados por sus integrantes, que reflejen y protejan el carácter de las distintas culturas del planeta en el mayor nivel local posible. Cada uno debe respetar la autonomía del otro. A lo más, el control directo de los medios de producción por parte del trabajador probablemente sería la bala de plata que reemplace al capitalismo salvaje: Lo que los anarcosindicalistas, situacionistas y otros alguna vez llamaron una sociedad basada en Consejos Obreros.
¿Están los estadunidenses listos para ello? No lo creo. No aún. ¿Podrían imaginar a Keith Olbermann como igual miembro de la cooperativa de trabajadores de GE? ¿O a Arianna Huffington llevando la democracia en el lugar del trabajo a su periódico en línea? ¿Cuántos días creen que durarían como compañeros en igualdad a los otros trabajadores? No es por escoger a alguien en particular. Sino que son emblemáticos de un grupo más grande de personas que también estan programadas para quejarse, hacer pucheros y hacer rabietas en lugar de hacer el trabajo duro.
Y así, continúo en el laboratorio al Sur de la Frontera, aprendiendo lo que puede aprenderse de estos movimientos que son más exitosos en derrotar, o al menos en limitar el control del super-Estado corporativo, documentando y reportando sus logros, reclutando y entrenando a trabajadores en periodismo auténtico que piensan similarmente para que hagan lo mismo, esperando con la ilusión de que algún día mis compatriotas del Norte dejen de pensar que el quejarse es en sí una postura política, esperando que trabajen en la pesada construcción de una nueva sociedad a partir de las cenizas de la vieja.
Mientras tanto, creo que la única manera de empujarlos en esa dirección es con las victorias en incremento, como la que pesa sobre el sistema de salud, y la que viene en la reforma migratoria, donde los sospechosos de siempre se quejarán nuevamente (la proverbial creación de la perfección del enemigo de lo bueno) y el resurgimiento de la clase trabajadora multiracial de la izquierda estadunidense estará tocando a las puertas, reuniendo una serie de teléfonos, y organizando en lugar de hacer rabietas.
En realidad hay un gran progreso en los Estados Unidos, pero es difícil de verlo en medio de las cortinas de humo y de las distorsiones mediáticas, e incluso más difícil de escuchar por encima del estruendo de lo que es ahora la industria mecanizada del berrinchismo que ha creado su propio nicho en el mercado dentro del sistema capitalista. El credo de la tendencia debería de ser: Hemos conocido a la corporación y somos nosotros mismos.