English | Español | August 15, 2018 | Issue #41 | |||
La victoria de la abstención en ColombiaLa verdad sobre la reelección de Uribe se encuentra en la marginalización de la pobreza y el crecimiento de la IzquierdaPor Dan Feder
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Vista de las casas que se encuentran sobre un cerro de un barrio pobre llamado La Isla, parte de la Comuna 4 de la localidad de Soacha, ubicada al sur de las afueras de Bogotá. Fotos: D.R. 2006 Caleb Harris |
En las últimas décadas, Colombia se ha convertido en uno de los países más urbanizados del mundo. Desde 1996 -el año en que Camacho huyó de su finca para venir a Bogotá -, anualmente hay más de 100.000 desplazados dentro del país, y desde entonces este numero no ha bajado. El peor año de todos fue el 2002, cuando Uribe fue reelegido la primera vez y cuando se unieron a las filas de los refugiados internos, 413.000 personas, según datos de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES). La cifra ha bajado desde entonces, pero la gestión de Uribe realmente no ha podido mostrar una mejora general en cuanto al problema del desplazamiento.
Como Sean Donahue informó el año pasado, a mediados de los noventa se inició una década de masacres en el lugar de origen de Camacho: el Chocó. Allí, poderosos intereses económicos comenzaron a apoderarse de las tierras. Cuando el Plan Colombia dio su puntapié inicial en el 2002, y una intensa campaña de fumigación impulsó la producción de la coca – en pequeña escala – afuera de los departamentos del sur del país, las tierras vírgenes del Chocó atrajeron a muchos campesinos cocaleros desplazados, seguidos hasta allí por la brutal guerra contra las drogas impuesta por los Estados Unidos. Ahora –asegura Camacho, junto con otros chocoanos que viven en el barrio– están comenzando a llegar personas provenientes de las selvas del Chocó, huyendo de las fumigaciones, así como de otras manifestaciones de la guerra contra las drogas.
Estas personas desplazadas por la guerra, se suman a aquellas que se encuentran desplazadas por la pobreza, viéndose obligadas a buscar trabajo en las ciudades, al igual que sus hermanos de toda América Latina, pues las políticas económicas de Uribe y sus predecesores hacen que sea cada vez más y más duro sobrevivir como un pequeño agricultor. La mayor parte del tiempo, el desplazamiento a las ciudades no termina en ellas, pues la violencia paramilitar también existe allí. A esto se suma el status ilegal de las casas donde los desplazados se ven obligados a vivir. Una vez llegan a los focos de refugiados como Bogotá y Medellín, los habitantes de los barrios bajos continúan huyendo de un barrio a otro.
En medio de tal marginalización, cada vez más y más gente nota que la “democracia” en Colombia parece ser irrelevante. ¿Qué importa tal democracia pregunta Camacho-, si diez años después de que la guerra llevada a cabo por el gobierno lo obligara a salir de sus tierra, todavía no puede volver sin que sea asesinado? Ningún candidato presidencial ha venido alguna vez a la Comuna 4 para hablar con la gente, dice Camacho. Caminamos hasta un puesto de votación que quedaba a pocos pasos de su casa. La verdad es que la mayoría de la gente parecía tener poco interés en ir a votar; las largas filas para ello – que mostraban, en vivo, los noticieros de televisión, desde el centro y en los barrios de clase media y alta de la ciudad – no se veían por ninguna parte.
Muchos han dicho que pese a que la concurrencia en las urnas fue baja, las encuestas de opinión pública han mostrado constantemente durante los últimos cuatro años que más de la mitad del país apoya a Uribe, lo que supuestamente quiere decir que los resultados de las pasadas elecciones sí reflejan de la voluntad popular. Ciertamente, una parte enorme de la población apoya al presidente. La violencia política continúa desarrollándose, sin parar, en las zonas rurales, donde el año pasado tuvieron lugar más ataques particulares que nunca, por parte de los paramilitares. No obstante, las estadísticas de actos criminales, especialmente asesinato y secuestro, has disminuido en la mayor parte del país. Algunas de las más importantes carreteras – que alguna vez fueron blancos de la guerrilla y atacadas por delincuentes comunes – están siendo custodiadas por soldados y equipos de artillería, y se considera que nuevamente son seguras para viajar.
Pero las encuestas no cuentan la historia completa. La misma marginalización que desanimó a la gente para votar, mantuvo invisible su manera de pensar, frente a los encuestadores. Alfredo Molano, uno de los más importantes periodistas e intelectuales de Colombia, le dijo a Narco News en el 2004:
…en términos de encuestas de opinión, tiene gran apoyo. Las encuestas de opinión en Colombia son encuestas telefónicas, de unas mil o mil quinientas personas en ciertas ciudades.. en ciudades grandes como Bogotá y ciudades medianas como Villavicencio. Pero todas son hechas por teléfono. En primer lugar, ya entenderás que hay una gran parte de la población que queda fuera de las encuestas. En Colombia hay siete millones de líneas telefónicas. Y hay, digamos, cuarenta millones de habitantes. Entonces hay un grandísimo porcentaje, setenta por ciento, que no participa en esas encuestas y nunca le han preguntado y nunca le van a preguntar.… Otro elemento que hace pensar que de todas maneras hay un gran sesgo estadístico en las entrevistas. Hay otro elemento. Cuando a la gente le preguntan, ¿Ud. está de acuerdo?... Llaman anónimamente, porque la gente no sabe que puede ser la encuestadora Gallup, por ejemplo. Entonces, le preguntas ¿a ti te gusta Uribe? La gente tiene miedo de decir, no, no me gusta, porque finalmente puede ser una trampa. Lo misma pasa con el ejercito. Si a mí me llaman y me preguntan ¿estás de acuerdo con el ejercito? por teléfono, está bien pesado. Porque me da miedo contestar que no, y esos son factores que naturalmente nunca se toman en cuenta.
Al otro lado de la calle donde se encontraba el puesto de votación, las palabras “Bloque Capital” (uno de los frentes urbanos de las Autodefensas Unidas de Colombia –AUC-, la coalición paramilitar que llegó a logara un “acuerdo de paz” con el gobierno Uribe) estaban escritas en la pared, a manera de graffiti.
Uno de los argumentos más fuertes de Uribe para seducir a la gente ha sido el “trato preferencial” que firmó con los grupos paramilitares, lo que esencialmente significó perdonar sus crímenes (dichos grupos son los principales ejecutores de masacres a civiles y asesinatos políticos) a cambio de que “entregaran las armas”. Camacho en su vida diaria como líder comunitario ve la realidad que se esconde detrás de esta farsa. Aunque es cierto que la violencia ha disminuido en el barrio, dice, los paramilitares todavía están ahí y siguen teniendo sus propias armas. “Las cosas siguen siendo iguales. Amenazaron a mi familia. Mis hijos tuvieron que abandonar el barrio porque los iban a matar. No pueden volver a la casa”.
Las intimidaciones, provenientes de grupos de derecha, fueron difundidas en vísperas de las elecciones. De hecho, cuatro días antes de las elecciones, un grupo autodenominado “Colombia Libre de Comunistas: Brazo armado de las ex – AUC)” publicó un comunicado que decía:
Compatriotas:Es el momento de elegir de verdad el presente y el futuro de nuestra sagrada patria. Nosotros, el grupo Colombia Libre, estamos atentos a cualquier paso que ustedes puedan dar en favor de la autentica democracia. El único camino que nos queda a todos los colombianos es apoyar incondicionalmente la política de seguridad democrática de nuestro candidato-presidente Doctor Álvaro Uribe Vélez.
De ninguna manera vamos a permitir que otro sea el resultado de la elección que se avecina el próximo día domingo. El señor presidente y su selectísimo grupo de colaboradores saben muy bien que tienen todo nuestro respaldo, en ese sentido les queremos advertir a ustedes por una última vez más que: dadas las actuales circunstancias en que se ve el país, estamos en pie de lucha a sangre y fuego contra cualquier interés que no sea el de la continuidad del periodo presidencial de nuestro legítimo líder.
No permitiremos que sea otro el resultado, y así parezca el domingo que la mayoría sean camisas amarillas, nosotros nos encargaremos de teñirlas con otro color, ese mismo que la insurgencia y el liberalismo arrodillado usan sin ningún respeto: ¡el rojo sangre!
Cartas similares -con amenazas de llevar a cabo actos de violencia y que manifestaban lealtad hacia el presidente Uribe- han sido enviadas a organizaciones sociales específicas. El asesinato de un veterano activista político de izquierda, Higinio Baquero Mahecha –un sobreviviente de la violencia desatada en 1980 contra el ahora desaparecido Partido de la Unión Patriótica– junto con otras muertes y desapariciones misteriosas que han tenido lugar, recientemente, dentro y en los alrededores de Bogotá, han mostrado lo serias que pueden llegar a ser las amenazas de violencia provenientes de la derecha.
“Estamos muy preocupados”, le dijo a Narco News – un día antes de las elecciones- el senador y presidente del Polo Democrático Alternativo (PDA), Samuel Moreno. “Mucha gente aquí ha mostrado que están dispuestos a sacrificar las libertades civiles a cambio de la paz”. Esta es una buena descripción del 62% de los electores que voto nuevamente por Uribe. Pero, ¿qué pasa cuando la gente comienza a darse cuenta de que Uribe no puede conseguir la paz, sino sólo más represión?
Los mitos que los medios de comunicación han sostenido -aprovechando que una población aburrida con la guerra está ansiosa por escuchar buenas noticias – no pueden durar por mucho tiempo. La insurrección guerrillera es demasiado fuerte, demasiado sofisticada y demasiado aguerrida, como para dejarse “derrotar”, propiciando la victoria militar que el gobierno de Uribe siempre ha prometido. Como representante de los sectores más conservadores de la elite terrateniente, con un pasado lleno de conexiones con paramilitares y narcotraficantes, el presidente nunca estará dispuesto a negociar seriamente con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Los escándalos sobre infiltración de narcotraficantes y paramilitares en las fuerzas de seguridad estatales, hasta ahora, han quedado en las sombras, entre otras cosas, gracias a las campañas presidenciales. Pero ahora que dichos escándalos han terminado, los funcionarios del gobierno Uribe que están implicados en ellos pueden provocar que su imagen comience a deteriorarse. El “Tratado de Libre Comercio” (TLC) que Uribe está negociando con los Estados Unidos, es, desde ya, ampliamente antipopular, incluso entre los seguidores pobres del presidente . El crecimiento económico de que se jacta, todavía no ha marcado una diferencia en cuanto el nivel de la pobreza, y la historia reciente de otros países de Latinoamérica muestra que la paciencia de las masas con el modelo neoliberal muy probablemente terminará por acabarse.
Desde el mes de Mayo hemos comenzado a ver lo que podrían deparar los próximos cuatro años. Hace poco informamos sobre las movilizaciones populares alrededor del país en pro de la reforma agraria, contra las políticas antidemocráticas del gobierno, el TLC. Y, además, en muchas regiones, los campesinos protestan frente ca la guerra química, evidenciada a través de las fumigaciones, que los gobiernos de Colombia y Estados Unidos emprenden contra sus tierras de cultivo (uno de los dos departamentos donde Gaviria ganó fue Nariño, el más fumigados del país). Pese a la represión desatada por la administración Uribe -que califica a aquellos manifestantes desarmados como combatientes enemigos- los líderes sociales han declarado que ellos mismos están más determinados que nunca a mantenerse organizados y en resistencia.
Durante la estadía de Uribe en el poder, los Estados Unidos han inyectado 3.500 millones de dólares a su gobierno. Los funcionarios de Estados Unidos le han dado vía libre pese a los potencialmente desastrosos escándalos de corrupción relacionados con narcotráfico y a las atroces violaciones contra los derechos humanos. Uribe probó que, con esta ayuda de Washington, podía anular el artículo de la constitución de Colombia que limitaba a un presidente a una sola gestión, para así volver a ganar las elecciones presidenciales gracias a la figura de la reelección. Pero con el colapso del viejo sistema bipartidista en Colombia, el surgimiento de una izquierda electoral a nivel nacional, y la inminente posibilidad de que, algún día, una mayoría real pueda votar, para Uribe no va a ser tan fácil gobernar en esta gestión como lo fue en la anterior.