English | Español | August 15, 2018 | Issue #38 | ||
Cómo se logró la victoria de AtencoParte I de una serie, republicado para el tercer aniversario de la lucha de Atenco en MéxicoPor Maria Botey Pascual
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El pueblo de atenco, machetes levantados Photo: Mexico Indymedia |
El 22 de octubre del 2001 a primera hora de la mañana repicaron las campanas en las comunidades afectadas para anunciar la terrible nueva: Gran parte de sus tierras habían pasado a manos del gobierno mediante un decreto expropiatorio que tenía como fin construir el nuevo aeropuerto internacional de México.
Con una inversión de 2.800 millones de dólares en su primera fase, se pretendía construir una gigantesca infraestructura aeroportuaria en 5.400 hectáreas que afectaban a trece pueblos de los municipios de Atenco, Texcoco y Chimalhuacán, siendo el primero el más afectado en porcentaje de terreno expropiado (70%), donde algunas de sus poblaciones perderían casi todos sus campos de cultivo así como parte de sus casas.
Inundados por las lágrimas, pero también por el coraje y la indignación por no haber sido consultados al respecto – con lo que se había violado el artículo 115 en su fracción quinta sobre la autoridad municipal en el uso de suelo -, cientos de pobladores del área bloquearon el mismo día la carretera Lechería-Texcoco durante varias horas, armados con palos, piedras y machetes, la herramienta rural multiusos más difundida en estas latitudes que en un par de semanas se convertiría en su símbolo de lucha. La consigna, que han mantenido durante los más de nueve meses de conflicto: No cederemos nuestras tierras, aunque nos vaya la vida en ello.
Cualquiera que indague en las causas de esta actitud espontánea y generalizada de repulsa a la ejecución de este proyecto aeroportuario, recibirá como respuesta multiplicidad de razones que sin embargo convergen todas en una sola en boca del joven, el adulto o la anciana: Dignidad!, un término que se conecta con la famosa frase de Emiliano Zapata “mejor morir de pie, que vivir arrodillado”, con su lucha y la de Pancho Villa, con la de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, o con las palabras del subcomandante Marcos y de los indígenas de Chiapas, que dieron la vuelta al mundo entero más recientemente.
La más básica es “La tierra es vida, ya que nos da de comer”. Y es que a pesar de ser una de las zonas más olvidadas del Valle de México, los habitantes del último reducto verde de lo que fue el gran lago de Texcoco en tiempos anteriores a la conquista han conseguido sobrevivir gracias a sus campos en los que, además de criar animales domésticos, cultivan a nivel casi de autoconsumo maíz, frijol, haba, ejote, papa, alfalfa, cebada, trigo, zanahoria, calabaza, cebolla, tomate, lechuga; donde además crecen plantas silvestres como verdolagas, quelites, malvas, romeritos y quintoniles – que cocinan en variados guisos – y plantas medicinales que sobretodo las mujeres conocen y utilizan.
Esto lo han conseguido a base un trabajo de ochenta años de recuperación metro a metro – mediante ceniza y estiércol (y sin ayudas gubernamentales) – de las tierras salitrosas que les fueron entregadas al final de la Revolución, cuyas historias de sangre derramada por “tierra y libertad” (antes la zona estaba constituida por unas cinco haciendas gigantescas) les fueron transmitidas por progenitores y abuelos quienes, al heredarles las parcelas, les aconsejaron “No vendas nunca, la tierra vale más que el oro!”
Ante la expropiación, los campesinos y campesinas se preguntaron: Ya somos pobres, si nos quitan la tierra, qué comeremos? Y adónde nos mandarán a vivir? Si nos mandan a otras tierras, a quién se las quitarán para dárnoslas? Habrá agua en los terrenos? Tendremos dinero y energía para levantar otra casa? Y si nos mandan a la ciudad, de qué viviremos, si lo sabemos hacer es cultivar la tierra? Ahora podemos dejar a nuestros hijos un lugar para vivir y edificar su casa, ¿a quién tendrán que pedir ayuda si nos dejan sin tierra?
Así llegamos a la segunda razón básica: “La tierra es mi vida, es mi identidad, y perderla es como la muerte”. Y es que a pesar del avance gigantesco de uno de los asentamientos humanos más grandes de América (el Distrito Federal y sus ciudades satélite), el área del ex vaso de Texcoco ha mantenido hasta hoy en día su esencia básicamente rural, organizada alrededor de las tierras comunales divididas en gran parte en ejidos familiares, en los que trabajan sus propietarios, campesinos o jornaleros. Sobretodo en el área de Atenco se mantiene todavía la organización comunitaria de convivencia colectiva en festividades importantes y en momentos relevantes de la vida y la muerte, tradiciones cuyos orígenes se remontan a la época prehispánica (con orgullo sus habitantes hablan del parque de los Ahuehuetes, árboles milenarios donde dicen iba a pasear Nezahualcóyotl, el rey filósofo y poeta nacido en Texcoco).
Conscientes que la expropiación de 5.400 hectáreas era sólo la primera fase de un mayor número de expropiaciones y un desarrollo urbanístico y de infraestructura viaria brutal para conectar el nuevo aeropuerto internacional con los corredores industriales que lleva asociado el Plan Puebla Panamá, fuertemente impulsado por el presidente Vicente Fox, los habitantes del lugar se imaginaron a si mismos absorbidos por el huracán desarrollístico y luego expulsados cual basura a las orillas del concreto, rodeados de vallas ciclónicas (de hecho en Atenco el proyecto se llevaba más del 80% de su territorio y en el poblado de Ixapan casi todo), desmembradas sus familias, afectados por el alcoholismo y la drogadicción, o viviendo en departamentos levantados en el aire como en las ciudades, a lo cual no están acostumbrados “ni lo queremos, nos ahogaríamos”. “Y quién se va a creer que luego nos contratarían en los hoteles de lujo, o nos dejarían entrar en el aeropuerto internacional con un carrito de tamales o de atole? Sólo nos vendrían a buscar al otro lado de la valla cuando andaran detrás de algún delincuente”, fue el comentario final de uno de los atenquenses entrevistados.
Pero la causa principal del coraje e indignación que arrebató a la población de Texcoco aquel 22 de octubre del pasado año fue el cinismo y el engaño que sufrieron por parte de los tres niveles de gobierno al no notificarles con anticipación ni consultarles en ningún momento de lo que se les avecinaba, a pesar de sus múltiples solicitudes de información a las diferentes autoridades al sospechar, por lo que se oía en los medios de comunicación y desde varios meses antes, de la posibilidad que los inversores les cayeran encima con sus garras.
Además, por supuesto, del pago que se determinó en el decreto expropiatorio por sus tierras: 7.20 pesos el metro cuadrado, tanto por campos como por áreas construidas (sin subsidios, sin propuestas seguras de recolocación laboral y habitacional); “no sale”, dijo un anciano que incluso llegó a hacer sus cuentas. “Que cedan sus haciendas los ricos de este país (quizá un 5% de los mexicanos usa aviones), a ver cuál de ellos la vende a siete pesos el metro”, decía una anciana a quien se le escapaban las lágrimas de impotencia. A lo que se podría añadir la desconfianza de los habitantes de México en su propia moneda que, por experiencia y por la situación actual del continente, saben que puede ser devaluada en cualquier momento.
La idea de construir un nuevo aeropuerto internacional en México se gestó en los años setenta y fue impulsado por el grupo Atlacomulco presidido por el ya fallecido Hank González, que consiguió que Ernesto Zedillo lo aprobara, aunque su realización pasó a manos del gobierno ya descaradamente neoliberal de Vicente Fox quien, con el compromiso del proyecto hasta el cuello – necesario por otro lado para la ejecución del Plan Puebla Panamá -, mantuvo al poderosos grupo priísta en su gabinete, otorgando a Pedro Cerisola la titularidad de la SCT y la Ernesto Velasco León, la del Aeropuertos y Servicios Auxiliares.
Bajo la dirección del gobernador del Estado de México, Arturo Montiel Rojas, cabecilla actual del grupo Atlacomulco, y con la constante “colaboración” del Procurador de Justicia mexiquense, Alfonso Navarrete Prida, – que desdeñaría a los inconformes y los amenazaría con varias órdenes de aprehensión – todos ellos fueron artífices y partícipes, entre otros, del frustrado meganegocio del sexenio en el que grandes empresas mexicanas y extranjeras – y se supone una manada de especuladores privados – esperaban sacar pingües beneficios a costa de los más humildes quienes, de no haberse levantado en contra, hubieran sido despojados de sus únicos bienes mediante un accionar corrupto y descarado tristemente común en este país, donde existen centenares o miles (según distintas fuentes) de ejemplos de núcleos ejidales en distintos estados que nunca fueron compensados económicamente por las expropiaciones a pesar de lo establecido legalmente en su momento, o que fueron pagados no a siete pesos sino a veinte centavos por metro, o que después de ser expropiados tuvieron que pagar para tener una parcela menor en el mismo lugar y a mucho mayor precio, o que, como el reciente caso de Acapulco, donde aunque la justicia falló a su favor, los empresarios no querían soltar su presa. Incluso los terrenos expropiados para la varias veces bloqueada carretera Lechería-Texcoco, dicen que nunca fueron pagados.
Sospechando la posible construcción del famoso aeropuerto en Texcoco, cuentan algunos líderes del levantamiento atenquense que a finales de los años setenta y al menos otra vez en el año 1997, se repartieron tierras comunales entre los habitantes de la zona con el objetivo de contar con más ejidatarios dispuestos a defender las tierras.
Esta fue la primera estrategia de resistencia contra el aeropuerto de un movimiento social que a pesar de las informaciones difundidas en los medios de comunicación, no nace ni mucho menos en octubre del 2001, sino mucho antes. Ya a finales de los años setenta varios pueblos de Atenco junto a otros municipios se inconforman contra el abusivo aumento del impuesto de la vivienda, en una zona de las más marginadas del Estado de México y en aquel entonces sin los mínimos servicios que ameritasen la suma exagerada que pretendían cobrar las autoridades a unos pobladores que básicamente vivían a mínimos y al día. Las protestas, llevadas a cabo por estudiantes y campesinos, fueron reprimidas por la policía, aunque finalmente se consiguió anular el aumento.
Son varios de los participantes de la resistencia de los pueblos del ex vaso de Texcoco al proyectado aeropuerto que ya participaron en aquellas luchas sociales para mejorar las condiciones de vida de los habitantes del área, y que en los años noventa consiguen organizarse en lo que es primero el Frente Popular Regional de Texcoco, y después el Frente Popular del Valle de México, con el objetivo de reunir a las comunidades a través de sus representantes locales e impulsar el desarrollo social paliando la carencia existente de los servicios más elementales, como son el alumbrado, agua potable, drenaje, escuelas, centros de salud, o proyectos de estímulo para el campo.
Es a finales de 1995 que con estas demandas bloquearon la carretera Lechería-Texcoco y, en lo que los atenquenses vivieron como una trampa del gobierno, éste los llamó a dialogar, pero como agentes del diálogo únicamente les mandó a los granaderos, que los reprimió violentamente.
Aunque la organización experimentó cierta crisis por la crudeza de este suceso y algunos de sus líderes sufrieron ya entonces las manipulaciones del gobierno a través de la difamación auspiciada por elementos proclives a la corrupción pertenecientes a los mismos pueblos, son algunos de estos luchadores sociales que a finales del año 2000 empiezan a prestar atención a la publicitada y, según muchos, “supuesta” competencia entre estados por la ubicación del aeropuerto internacional.
Así, desde los primeros meses del 2001, varios habitantes de Atenco piden información a sus autoridades locales y, ante sus manifestaciones de total desconocimiento del asunto (falsas como sabrán después, que es por ello que los consideran traidores y vendidos), empiezan a reunir datos a través de los medios de comunicación e internet, aunque nunca acaban de aclarar en qué área del ex vaso de Texcoco se iba a construir y la superficie ocupada “porque los mapas expuestos en la Web eran imprecisos e iban cambiando”.
Cabe destacar que en este tiempo ya empezó la manipulación mediática a través de la televisión, que presentaba el proyecto aeroportuario como una oportunidad de progreso que mejoraría notablemente la vida de los habitantes del área seleccionada como óptima y donde se generarían miles de empleos y una gran derrama económica que redundaría en su beneficio y en el del medio ambiente, propaganda que se basaba en supuestos estudios (luego se sabría que ni había tantos) que nunca tuvieron en cuenta la opinión ni el nivel de preparación de la mayoría de los pobladores (como se puede comprobar en el documento que publicó el gobierno del Estado de México y que no fue difundido entre la gente, el cual habla de pistas de aterrizaje, infraestructura vial, suelos y fauna, pero nunca se refiere a la problemática humana, cuyos pequeños asentamientos ni aparecen en los mapas).
Según declaraciones de uno de los líderes del movimiento fue en el verano del 2001 que llegó un representante de Gobernación al pueblo (la única vez que una autoridad se acercó a la comunidad, aunque muchos no se enteraron) a exponer el plan del aeropuerto siempre con el mismo tono de proyecto de “progreso” y en una reunión “en que nunca se determinó la superficie afectada pero se nos dijo que si algún ejidatario resultaba dentro del perímetro, su terreno sería pagado a precios comerciales”, unas expresiones confusas, engañosas y desvergonzadas por parte de las autoridades que han sido características de todo proceso (desde el gobierno se llegó a decir que les había tocado la lotería, o que con el aeropuerto sus hijos tendrían la oportunidad de cursar la carrera de piloto de aviación).
Mientras la presión mediática hacía mella en algunos habitantes de la zona, y otros dudaban de que realmente se fuera a llevar a cabo en Texcoco, un grupo reducido de personas organizaba asambleas dominicales en el auditorio municipal de Atenco para cuestionar las consecuencias del posible aeropuerto, a las que se invitaban profesores de la universidad cercana a informar de los potenciales impactos, y en las que se trataba de planear junto a todo aquel que quisiera acercarse, acciones a emprender en caso necesario, al mismo tiempo que la tensión aumentaba progresivamente en el municipio debido al descubrimiento, en las tierras de varios ejidatarios, de topógrafos que, al ser cuestionados por su presencia, sólo contestaban “estamos viendo”, pero nunca daban razón de su presencia, como nunca la dio el alcalde a los habitantes de su pueblo que lo interrogaron.
Estos movimientos sospechosos culminaron en el descubrimiento a principios de octubre de maquinaria para la extracción de muestras de suelos trabajando en terrenos adyacentes a San Salvador Atenco sin ningún permiso de sus propietarios. Enfadados por la violación de sus derechos ya que el gobierno todavía no había comunicado públicamente el emplace del nuevo aeropuerto (aunque incluso algunos políticos sospechaban de secretismos por cuestiones mediáticas), los ejidatarios condujeron las camionetas y la perforadora a la plaza principal del pueblo, que serían resguardadas noche y día en lo que fueron las primeras guardias populares. Ya para entonces habitantes de varios pueblos realizaron las primeras marchas en la zona demandando una explicación al gobierno por la intromisión en sus terrenos y exigiendo la detención del proyecto aeroportuario, mientras el alcalde de San Salvador Atenco desconocía públicamente a los inconformes, que acusaba de forasteros revoltosos.
Cuando se decretó oficialmente la expropiación, los incrédulos despertaron de su sueño, y la oposición a la construcción del aeropuerto internacional en Texcoco creció de tono: Centenares de vecinos bloquearon la carretera, mientras se multiplicaban las declaraciones en contra del aeropuerto por parte del gobierno del Distrito Federal e instituciones universitarias y ambientalistas alertaban del peligro de inundaciones en la ciudad con la destrucción del drenaje natural del área, y de la desaparición de un refugio de las aves migratorias procedentes de Canadá y Estados Unidos, lo que provocó posteriormente una denuncia pertinente ante el tratado del TLC. El tema de las aves originó un chiste nacional, a partir de las declaraciones del titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, Pedro Cerisola y Weber, en las que afirmó que los pájaros habían aceptado el aeropuerto del DF, por lo que también estaban de acuerdo con el nuevo.
Los que no estaban conformes ni fueron consultados ni informados pertinentemente en ningún momento fueron los habitantes de los pueblos afectados, que desde el primer día establecieron un plantón permanente en la plaza principal de San Salvador Atenco y se organizaron para la resistencia, pero también para la acción, ya que tenían claro que, por los grandes intereses en juego, había que tomar medidas efectivas contra el proyecto desde antes de que empezara a removerse el terreno.
Así, se construyeron las primeras zanjas y barricadas para impedir el paso de las máquinas y se organizaron de forma más o menos espontánea distintas comisiones para la vigilancia, colecta de víveres y fondos, cocina popular, o comunicación y enlaces, mientras empezaban a llegar apoyos de otros pueblos de la zona y de las primeras organizaciones civiles del país, que se solidarizaron con el movimiento.
Maria Botey Pascual is the author of “A la recerca d’El Quemado” (“In Search of Burnt Mountain”) (2002, Columna Press, Barcelona), has been a correspondent for the Mexican daily Por Esto!, and participant in the journalistic coverage by Narco News of the 2001 Zapatista Caravan. She reported this story from San Salvador Atenco.
Lean la parte II: Atenco: de batalla local a
bandera nacional y mundial
Vean el documental ¡Tierra si! ¡Aviones no! en Salón Chingón