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“El que es caballero repite”

Trampas y mentiras en las aspiraciones reeleccionistas del presidente colombiano Alvaro Uribe


Por Laura del Castillo Matamoros
Columnista Editorial de The Narco News Bulletin

14 de febrero 2005

Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se originan la usurpación y la tiranía.

Simón Bolívar
Congreso de Angostura

Todo parece indicar que en Colombia habrá Bushito para rato. Así es, gracias a un proyecto sacado avante por la respetable bancada uribista del Congreso de la República y aprobado por la mayoría del mismo, el 30 de Noviembre del año pasado, Alvaro Uribe puede ser reelegido en los próximos comicios presidenciales del 2006. Una decisión celebrada por la ultraderecha criolla, aprobada por el gobierno de Bush, el grande, y recibida con beneplácito por lo más elitista de la clase alta, lo más mediocre de la clase media y lo más ingenuo de la clase baja del país. Pero que es, en el fondo, una decisión peligrosa y, aún más, es una decisión ilegítima.

¿Que por qué peligrosa?, se preguntaran los “fans” de Uribe (quien inclusive tuvo su propio “club”, llamado “Colombianos por la reelección”, que estuvo recogiendo firmas de apoyo para que se aprobara el proyecto en el congreso). Si él lo único que ha hecho durante su mandato es “trabajar, trabajar y trabajar” (como suele señalar en sus discursos, refiriéndose a la “eficacia” de su gestión) por garantizar la seguridad de los colombianos, por acabar con la corrupción, por acabar con los terroristas ésos de los guerrilleros que quieren acabar con la patria. A esto, por supuesto, agregan el muy trillado argumento de la popularidad y la amplia aceptación de las que goza el presidente en las encuestas. Según la fiebre uribista generalizada, el presidente convirtió mágicamente a Colombia en el país de las maravillas.

¿Que por qué ilegítima?, se preguntarán los funcionarios que ocupan altos cargos públicos y que se muestran entusiastas con la idea. Si, según ellos (como Fabio Echeverri, el asesor presidencial) en muchos países del mundo, como por ejemplo en Estados Unidos, Francia o Alemania, donde la figura existe desde el primer momento en que se redactaron sus primeras constituciones, la reelección se ha aplicado sin inconvenientes y no ha dado lugar a abusos de poder, ni a nada parecido. Por el contrario, es un mecanismo que estimula la “democracia”, en el sentido de que a través de él es posible premiar a un presidente por su gestión y, de paso, permitir que varios proyectos, determinados para desarrollarse a largo plazo, se puedan concretar. Y reelegirlo sería hacerle un favor al país para que continuara su impecable (¿o implacable?) gestión.

Pero lo que los seguidores fervientes de Uribe ignoran (o prefieren ignorar) es que él no es precisamente el dechado de virtudes en que lo han querido convertir, gracias, entre otras cosas, al eficaz trabajo de propaganda que han hecho los medios de comunicación masivos para mejorar su imagen. Y lo que los altos funcionarios no ven (o se hacen los que no ven) es que el problema de la reelección presidencial no es que sea buena o mala, sino que en el caso de Colombia fue impuesta por Uribe, y sus aliados en el congreso, a la fuerza, a través de una reforma al artículo197 -de la Constitución Política de 1991 [2]. Un procedimiento que resultó convirtiéndose, más bien, en una “contrarreforma” llena de irregularidades, alianzas no muy “santas” e intenciones más bien oscuras.

El veneno de la flor…

Pero antes de continuar cualquier debate al respecto del tema de la reelección, valdría la pena preguntarse ¿qué hizo que Uribe, el iluminado, se mostrara deseoso, de un momento a otro, por extender su mandato durante cuatro años más? Ya lo habría dicho él con su ternura demagógica característica, durante una entrevista en RCN radio, a fines de abril del año pasado: “Es importante que esta patria nuestra, que tanto ha sufrido por la debilidad del Estado y que empieza a encontrar un caminito no crea que esto sea flor de un día”.

Extraño. Porque en el 2002, cuando la florecita apenas estaba estrenando el cargo, llegó inclusive a manifestar su oposición a la idea de la reelección inmediata. Es más, afirmaba contundentemente, y posiblemente para hacer gala de su supuesto respeto a la democracia, que esta “se prestaba para la corrupción y la politiquería”. ¿Qué lo hizo cambiar de idea justo cuando apenas le quedaban dos años para concluir su período? ¿Sería el deseo de continuar con su invaluable compromiso como divino salvador de la patria? ¿Serían sus filantrópicas intenciones de “continuar protegiendo” a los colombianos?

¿O serán más bien otros intereses los que están de por medio? Porque, no es por poner en duda la nobleza del presidente (de hecho, desde que se instaló en el poder, dudar es casi un crimen en Colombia), pero es que no parece precisamente una mera casualidad que al presidente Uribe se le haya antojado promover una posible prolongación de su mandato, justo cuando está llevando a cabo conversaciones de paz con los grupos paramilitares, y cuando el Plan Colombia se encuentra a punto de finalizar en el 2005 y el gobierno de Estados Unidos, últimamente fascinado con las segundas partes, está presto a lanzar su segunda etapa. Lo que implicaría un aporte financiero de Washington cada vez más jugoso a la política de seguridad democrática del presidente Uribe. Además, existiría la posibilidad de que se lograra, en un futuro, la aprobación, por parte del Congreso, de otra tristemente célebre creación del maquiavélico pensamiento uribista: el Estatuto Antiterrorista (que pone en grave riesgo, con autorización expresa del gobierno y todo, el ya de por sí atropellado respeto a los derechos humanos en Colombia).

Ahora ya podrán ustedes darse cuenta, estimados lectores, por qué Washington acogió tan gustosamente la idea de la reelección; lo que se dejó ver en las declaraciones del embajador William Wood, quien enfocó el asunto en la continuidad de la lucha contra las FARC: “Las FARC tienen casi 40 años, mientras el período presidencial es de cuatro años, o sea un diez por ciento. Eso para las FARC es como un día a la semana .Ese grupo siempre ha tenido la táctica de que, cuando ha habido presidentes firmes y populares como Uribe buscado la manera de esperar a que llegue el próximo. Ese es un elemento que el pueblo colombiano, que es el que tiene la decisión de la reelección debe tener en cuenta”.

Y es que si hay algo que necesita el gobierno de George Bush, en este momento, son aliados de ultraderecha en una Latinoamérica donde cada vez más países están optando por elegir a gobernantes de izquierda o de centro izquierda. Uribe viene a ser algo así como el leal perro fiel de la Casa Blanca. Se comporta como Bush, habla como Bush. De hecho, hace poco, afirmó que en Colombia no había “conflicto armado” sino “amenaza terrorista”. ¿No se les hace a ustedes ligeramente conocido ese discurso? Como quien dice, si Uribe llegará a ser reelegido pasaría de ser una geisha a convertirse en algo mejor: un clon. Es más, vaya a saber uno si las intenciones reeleccionistas no obedecerán a consejos previos de la voz de la experiencia… y ya saben a que voz me refiero.

El fin justifica los medios

Pero las implicaciones de una posible reelección de Uribe no son lo peor de todo. Lo peor de todo es la manera en que Uribe consiguió hacer su santa voluntad en el Congreso colombiano, pasando por encima de la legislación colombiana establecida por la carta constitucional del 91, la más progresista y democrática (al menos en el papel) que ha tenido el país. Y es que para Uribe fue relativamente fácil lograr que los congresistas aprobaran, prácticamente en masa (luego de numerosos debates en comisiones y en plenaria a lo largo del año pasado), la reforma al artículo de la Constitución que prohibía la reelección.

Así es, ya de por sí contando con la bancada uribista como mayoría, el presidente no tuvo problema en comprar, de diferentes formas, a casi todo el congreso. Cobró favores aquí y allá, prometió futuros cargos públicos a parientes de ciertos parlamentarios. Calmó los berrinches de otros ofreciendo diversos privilegios políticos y no tuvo lío en autorizar la reelección de alcaldes y gobernadores (muchos de ellos también amigos o familiares de congresistas). Y todo esto no lo digo yo, conste, lo dicen los grandes medios de comunicación comerciales.

Eso hizo el señor presidente, el mismo que siempre se ha mostrado dispuesto a combatir “la corrupción y la politiquería”. Lo que quiere decir que la reelección en Colombia, gústele o no a los altos funcionarios públicos, si es ilegítima. Porque, hasta donde se sabe, ofrecer prebendas políticas a cambio de favores se puede considerar como “tráfico de influencias”, tipificado como un delito según lo establece el artículo 411 del Código Penal Colombiano.

De hecho, varios congresistas que aprobaron la reelección recibieron a cambio nombramientos de sus familiares cercanos como embajadores, tal como es el caso de Carlos Holmes Trujillo, hermano del Senador de la República José Renán Trujillo, y el del embajador de Francia, que es hijo del Senador Enrique Gómez Hurtado, famoso dentro del Congreso por sus posturas reaccionarias ante diversos temas.

A los únicos parlamentarios que no consiguió comprar el Presidente fue a los que conforman la minoría de la oposición, provenientes de diversos partidos políticos de izquierda o centro-izquierda, entre quienes se encuentran Antonio Navarro de la Alianza Democrática M-19, Piedad Córdoba del Partido Liberal, Gustavo Petro del Polo Democrático Independiente y Carlos Gaviria Díaz de Alternativa Democrática. Todos ellos están tratando de llegar a acuerdos, con el fin de conformar una alianza común que pueda postular un candidato único a la presidencia del 2006 para enfrentar a Uribe. El más opcionado para ello parece ser el senador Gaviria, que con el respaldo de su partido lanzó su precandidatura a finales de este ano

Y es que hay razones de sobra para crear no solo una, sino todas las coaliciones del mundo para no tener a Uribe en ración doble. ¿Por qué no? Pues porque reelegir a Uribe es peligroso, vuelvo y se lo digo una vez más a la hinchada del presidente.

¿Mejores tiempos?

Pero para que esos sectores de la clase media (por lo general formados por arribistas) y de la clase alta (por lo general, conformados por ganaderos, industriales, negociantes y “gente de bien” que busca simplemente salvaguardar su propiedad y sus riquezas) no se indignen, quiero decirles que yo también considero que si el presidente consigue ser reelegido y gobernar hasta el 2010 las cosas mejorarían…

Si, mejorarían para los “paras”, que podrían participar activamente en política sin ningún tipo de restricción; mejorarían para las Fuerzas Militares y para la policía, que obtendrían más presupuesto para la guerra y más garantías para continuar efectuando detenciones masivas (con el fin único de buscar culpables que no existen, pero que justifiquen “la lucha contra el terrorismo”), para hacer allanamientos ilegales, para olvidarse de su supuesta “autoridad” cuando bloques paramilitares incursionen en una zona alejada del país y masacren a poblaciones enteras, para que puedan convertir el asesinato de civiles por parte del ejército en “errores militares”.

Mejorarían para los criminales de guerra, que en su esquizofrenia por acabar con todo posible cuestionamiento al Estado no quieren ni oír hablar de derechos humanos, y que al igual que el presidente consideran a las ongs que se ocupan de estos temas como “voceras del terrorismo”. Hasta mejor que eliminen a esa gente del panorama para hacerle un favor a la humanidad, ¿no?

Mejorarían, indudablemente, para los transnacionales y los gremios económicos, que además de conseguir que se les abrieran cada vez más las puertas con la firma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (TLC), se librarían para siempre de los sindicalistas colombianos, quienes, posiblemente, para el 2007 ya habrían sido eliminados, casi en su totalidad, sistemáticamente.

Mejorarán para los grandes conglomerados industriales y para las empresas privadas (antes públicas), pues, seguramente, en los cuatro periodos presidenciales siguientes a cargo de Uribe el 89,9 por ciento de la población colombiana estará desempleada, conseguirán fácilmente mano de obra barata que trabaje más tiempo y con salarios cada vez más bajos.

Mejorarán para las grandes corporaciones militares privadas extranjeras y para las industrias encargadas de la fabricación del glifosato y otros surfactantes, pues, se podría pronosticar, para ese entonces no habrá una zona rural en el país que no esté siendo debidamente fumigada.

Mejoraría la calidad de vida. El gobierno ya no tendrá que invertir un solo peso de los fondos del Estado en programas gubernamentales supuestamente encaminados a cubrir las necesidades, en aspectos como salud, educación y alimentación, de los sectores menos favorecidos de la población. En el 2008 ya cada vez habrá menos pobres en Colombia. Muchos habrán muerto por inanición, debido a su incapacidad para adquirir productos básicos de la canasta familiar, que, como van las cosas, en esa época tendrán un impuesto del 70 u 80 por ciento sobre su valor inicial. Por lo tanto, habrá menos estómagos que mantener.

Mejorarán para el gobierno de Estados Unidos, que para ese entonces, a lo mejor, contarán con su propia representación en el congreso de Colombia y habrá instalado en cada región del país pequeñas cárceles estilo Guantánamo –debidamente vigiladas y administradas por marines norteamericanos recién desempacaditos de Irak- para meter allá a los guerrilleros y a los que parezcan guerrilleros, o sea a los líderes comunitarios y a los activistas.

E, indudablemente, mejorarán los tiempos para Uribe, quien en el 2007 ya creerá haberse convertido en una especie de semidiós y estará pensando en la próxima estrategia para creer una ley que le permita convertirse en presidente vitalicio, y a sus hijos y a los hijos de sus hijos…

Definitivamente está visto que todo mejorará...

Y es que luego hay quienes no tienen fe en nuestro Fujimorito. ¡Si serán tontos!

Notas

[1] Expresión popular hispanoamericana que denota una actitud de cortesía ante el ofrecimiento que se le hace a alguien para que repita un plato durante determinada reunión.

[2] En Colombia, la Carta Constitucional de 1886 permitía la reelección inmediata de presidentes. Sin embargo, fueron tan nefastas las experiencias de los mandatarios que repitieron sus periodos, que las diversas fuerzas políticas y sociales, convocadas para redactar la Constitución de 1991, determinaron que este mecanismo debía prohibirse. Además se consideraba que fomentaba el clientelismo y la existencia de dictaduras democráticas.

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