English | Español | August 15, 2018 | Issue #34 | |||
Coca: alimento, medicamento y ritual en BoliviaLa multiplicación de la pobreza en una guerra de enemigos equivocadosPor Romina Trincheri
|
Egberto Winston Chipani Foto: Jeremy Bigwood D.R. 2004 |
La hoja de coca es realmente una sustancia natural que no requiere ningún procesamiento artificial, para su consumo a través del “mascado” o “pijcheo” en la boca.
En Bolivia y otros países, la coca es considerada como alimento, medicamento y ritual.
María, una mujer de típicas polleras, sombrero y trenzas perfectas que vende salteñas en la plaza central de Cochabamba, rodeada de niños, sonríe mientras masca coca.
Mientras nos invita un puñado de hojas de coca, afirma que la coca tiene corazón, que es pura, que están agradecidos por ella a la Pachamama (madre tierra). Estas palabras representan las de muchos otros que son quechuas y aymaras de la zona, que hacen culto a la hoja de coca.
Por otro lado en bares, restaurantes, casas de familias, incluso en el cuartel de Chimoré se ofrecen te de coca (mates) para el desayuno, para la sobremesa, y en otras ocasiones se les aconseja para el alivio del mal de altura, a los turistas que visitan Bolivia.
Los cochabambinos explican una y otra vez sus beneficios para el cuerpo, para el alma y convencen a la hora de experimentar un buen pijcheo, que comienza con el uso solidario de la hoja de coca, que siempre se comparte con otros, con los iguales y con los diferentes que juntan sus manos para recibirle, que le agradecen a la tierra y se conectan con ella de esa forma en que la mayoría de los países del mundo ya se han olvidado.
Además la producción cocalera significa para ellos su fuente legítima de trabajo, más alla de las leyes internacionales y nacionales que los contradicen.
Margarita Terán Gonzalez, ex dirigente de una organización de mujeres del Chapare, procesada varias veces por sus supuestas participaciones en atentados sobre policías de la zona declara que la hoja de coca es una hoja sagrada que da la vida a todas las familias del Trópico de Cochabamba y también a otras zonas de Bolivia.
Margarita Terán Gonzalez Foto: Jeremy Bigwood D.R. 2004 |
Aunque en las bases cochabambinas, incluso en una canción que suena en la zona se escucha “coca no es cocaína”, la hoja de coca es criminalizada desde otros sectores bastantes más poderosos.
A pesar que ya en el año 1998, la Organización Mundial de la Salud (OMS) difundió un documento sobre la hoja de coca como un agente anestésico, analgésico, astringente, carminativo, depurativo, digestivo, diurético y estimulante y a este se les suma otros informes positivos a cerca de sus propiedades, estos no son absorbidos por los discursos legales que funcionan en la Guerra contra las Drogas, que no inocentemente intentan confundir la coca con la cocaína, satanizándola y dejando afuera sus propiedades como planta medicinal y legado cultural inalienable.
Las plantaciones pueden erradicarse, no así los hábitos culturales y cotidianos de un pueblo, ni las memorias de placeres y pérdidas.
Una niña que sale de la escuela por uno de los caminos de tierra del Chipiriri relata sus desencuentros con la hoja de coca, sus recuerdos de la erradicación, su padre campesino aún preso, y no muy segura explica que la hoja de coca no es una droga, pero sabe que su padre está en la carcel por trabajar en un chaco.
“El Trópico de Cochabamba permanece en paz”, puede escucharse entre quienes la habitan y realmente puede respirarse eso entre los discursos que cuentan los horrores, los asesinatos, la violaciones constantes a los derechos humanos por los que han pasado lo últimos años.
Si se entiende por paz que en la primera vista por estos días, no se detecten manchas de sangre, ni grandes cantidades de policía armados. Surge el interrogante si es que hay paz cuando hay tanta pobreza, si hay paz cuando los militares realizan erradicaciones forzosas a la madrugada, como consecuencia de la ley 1008, un poco mal inventada, un poco mal ejecutada, y dejan sin sustento a muchas familias, a las que nadie brinda una respuesta eficaz.
Y de esta forma también se perpetúa la pobreza, la vulnerabilidad extrema, la exclusión, el no acceso a servicios básicos, muchos niños no escolarizados, la reproducción de enfermedades que podrían prevenirse.
Entre tanta pobreza, el país se vuelve más rico, si sabe el gusto de la coca. Pero en el Trópico de Cochabamba, funcionarios, policías y campesinos aseguran que han bajado los índices de producción de la misma en la zona.
Eduardo dice que los proyectos de desarrollo alternativo para la sustitución de las “plantaciones prohibidas” por otros cultivos, perjeneados y finaciados por los Estados Unidos, nunca han dado resultado, por lo que la vida para las familias campesinas se complica aún más.
Estos proyectos no han llegado en un 100 % a la comunidad
Margarita da fe que existen algunos proyectos de este tipo en el Chapare pero que no rinden los frutos esperados porque no hay mercados primarios donde vender. ”Si hubiera un mercado primario, yo creo que los compañeros y compañeras podrían dejar de sembrar coca”.
Sin embargo, aunque resulta más complicado que antes encontrar en el Chaparé plantaciones de coca abundantes, existen varias que conviven con sus hermanas bastardas, las plantaciones de palmitos, piña, etc., hijas del fracaso de los proyectos de desarrollo alternativo impulsados por el gobierno.
La coca ha hecho crecer a esta zona, en solidaridad entre familias, en el fortalecimiento de las organizaciones sindicales, en la generación de un gran movimiento que por momentos logra presionar fuertemente. El consumo de hoja de coca ha acompañado y ha aportado a la resistencia de los campesinos en sus largas huelgas de hambres, extensas caminatas, y otras luchas por los derechos más básicos, aquellos de primera generación.
Los campesinos organizados han creado gran capacidad para negociar con el gobierno y ahora tienen en sus manos múltiples alcaldías de la zona que intentan, aunque lentamente, el paso hacia una democracia participativa desde el reconocimiento pleno de las necesidades inmediatas de sus bases.
Pero toda esta lucha queda muchas veces boicoteada por historias de traición, peleas sectoriales, intereses económicos, con el límite constante impuesto desde Estados Unidos, que una vez más no permite el crecimiento propio de este país latinoamericano tan enaltecido por su cultura y sus deseables recursos naturales.
El proyecto “coca cero” es inviable, “cocaína cero” es aún más inviable. La historia demuestra que a través de la erradicación de plantaciones en distintas zonas productoras de hoja de coca, solo se ha provocado el traslado de las mismas a otras regiones y el reacomodamiento de las redes de narcotráficos para su distribución en el mundo. Ya debería ser una discusión superada aquella que intenta convencer acerca de que porque hay oferta de drogas hay una demanda de drogas.
Estudios demuestran que tanto en los países latinoamericanos, como en los llamados países del primer mundo, año a año aumenta el uso de diversas drogas y esto debe analizarse desde otra perspectiva más amplia, desde lo social, lo cultural, los momentos históricos y no sólo de las ofertas de drogas.
A fines de los años 90, el entonces presidente norteamericano Bill Clinton, reconocía en un discurso en la legislatura de Estados Unidos que allí se consumían la mitad de las drogas sintéticas y vegetales que se producen en el mundo. Algunos aseguran que actualmente Estados Unidos recibe el 50% de la producción de cocaína.
En el discurso de la Guerra contra las Drogas, la cocaína se encuentra como una de las drogas que generan el llamado “flagelo de la humanidad”.
Esta idea que ha remplazado a las luchas anticomunistas en Latinoamérica de parte del gran imperio por una falsa lucha contra el narcotráfico y hasta por el narcoterrorismo, donde los países se subsumen en el subdesarrollo y la extrema pobreza.
Estas acusaciones también recaen en el Trópico de Cochabamba. El Chapare no aparenta ser tierra acogedora de narcoterroristas ni grandes redes de narcotraficantes (como apunta la tesis del gobierno y la embajada norteamericana), aunque eso no permite afirmar que todavía han desaparecido por aquí totalmente las cocinas de coca o pasta base.
En la última parada saliendo del Chapare, la policía recorre los transportes, que se encuentran obligados a parar allí, junto a un perro que según sus jefes de uniforme, fue ganador de un premio por haber encontrado hasta el momento 20 toneladas de cocaína.
José, un joven cochabambino que camina por el centro de la ciudad asegura: “No hay tanto consumo de drogas en mi ciudad por tenerla tan cerca, como imaginan los extranjeros.”
Margarita respecto a la existencia reproducción de cocaína en Bolivia opina: ”El gobierno podría controlar las fronteras muy bien y no dejar ingresar los químicos. Aquí no se hace la droga. La hoja de coca no es droga, yo pijcho desde mi niñez y todavía sigo pijchando y eso no es drogarse. El gobierno tiene que controlar. Los directamente involucrados en el narcotráfico son los mismos policias, los mismos militares, los trabajadores del gobierno porque ellos han fomentado el narcotráfico, si es que van a hacer una lucha contra el narcotráfico es importante que no dejen ingresar los precursores y químicos para la fabricación de cocaína y de esa manera no hay posibilidad que haya producción de droga en Bolivia.”
Eduardo agrega que en el Chapare ya casi no se elabora cocaína, porque las plantaciones que quedaron son muy chicas, solo para consumo de la hoja de coca y no alcanza para la fabricación de pasta base o cocaína.
En Bolivia no se fabrican los precursores, gases y agentes químicos necesarios para el procesamiento de extracción de la hoja de coca hasta la obtención de la cocaína. Es decir que para la fabricación de la misma dentro de Bolivia, necesariamente deben entrar estos químicos de otros países industrializados, como sus vecinos Brasil y Argentina u otros países del mundo.
Esta es una prueba más que la dirección que sigue tomando la guerra contra las drogas se vuelve absurda y equivocada. Fundamentalmente se equivoca de enemigos, por un lado castiga con distintas estrategias a los productores de hoja de coca y por otro no deja de perseguir a los usuarios de drogas de la mayoría de los países del mundo. Para ambos: la pobreza, la exclusión, la cárcel, la discriminación, la violación de los derechos fundamentales; mientras tanto los verdaderos responsables del narcotraficante, los verdaderos terroristas poseen bandera verde para desarrollar sus propios intereses sin límite alguno.
La hoja de coca y la cocaína se vuelven incomparables. Aquellos que las confunden deberían conocer los efectos de la cocaína y observar a los campesinos, pijchiadores del Chapare. Ellos no están paralizados, “duros” como se dice habitualmente en los grupos que jalan o se inyectan cocaína, más bien están sumamente movilizados, saben lo que quieren. Y, en realidad la hoja de coca, solo hace que se sientan en armonía con sus cuerpos, sus almas, su cultura, hasta con la misma tierra.
A su vez los usuarios de drogas a base de coca, mediadas por químicos y cortes no identificables pueden paralizarse durante minutos, pero como movimiento, en muchos lugares del mundo, comienzan a organizarse para luchar por sus derechos, derechos que las políticas sociales, legales y de salud, engranajes fundamentales del sistema de la Guerra contra las Drogas les anulan, estigmatizándolos y exponiéndolos continuamente a los daños legales que le causa la represión.
El único punto en común entre productores de coca y usuarios de cocaína, es la vertiginosa reproducción de la represión y exclusión que genera en ellos la perpetua Guerra contra las Drogas, solo por ser sus enemigos equivocados…