Un adiós a don Andrés Aubry
Hasta siempre compañero
Por Rodrigo Ibarra
Especial para The Narco News Bulletin
23 de septiembre 2007
Así que, según dicen, los ojos claros de don Andrés se cerraron ya. Yo me recuerdo reflejado, asombrado, en ellos: ojos transparentes, escudriñantes, vivos y tenaces, a la sombra simple de un sombrerito de palma.
Recuerdo su voz, su delicado acento, sus silencios. Hablaba como la vieja vereda donde se transita despacio; donde hay que mirar el camino y no andar así nomás, aprisa; donde a cada tanto uno se detiene a mirar los cerros, los árboles, a escuchar los pájaros.
Y recuerdo también su palabra escrita. Habrá muchos quienes seguramente entienden a don Andrés vivo e indestructible en sus textos, en su sabiduría, en su raciocinio claro, profundo, siempre liberador, conquistando con honestidad y verdad el territorio de las mentes fértiles. Esa es sin dudar la perenne reconquista humana que don Andrés nos ha legado para siempre.
Pero habemos otros quienes, además, sabemos a don Andrés inmortal en la semilla que sólo él sembró en los corazones. La semilla generosa de un hombre simple siendo simplemente hombre verdadero. Él cargaba consigo esa semilla en las pequeñas bolsas de su chaleco de lana, creo, pues a menudo le miraba meter sus manos color de nube y jugar con sus dedos entre la delgada tela.
Hay encuentros largos, perdurables. Y hay encuentros profundos. El mío con don Andrés fue breve quizá, pero profundo como el cielo evocado por sus ojos, e inexplicable como toda sabiduría verdadera.
La dulzura de la leche, de esa que nos termina de parir a la vida, nunca empalaga y nunca tampoco se olvida.
Hasta siempre compañero. Hasta siempre don Andrés Aubry.
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