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Carta al subcomandante Marcos y la Otra Campaña: Algunas preguntas entre compañeros

Las dificultades de la construcción de una organización política de izquierda anticapitalista


Por Raquel Gutiérrez Aguilar
El Otro México

4 de octubre 2006

Respetados miembros del CCRI-EZLN y de la Comisión Sexta,
Estimado “Sub” Marcos,
Compañeros adherentes de la VI Declaración de la Selva Lacandona y militantes de “la Otra”.

He leído con cuidado el extenso análisis que, firmado por el Sub y a nombre del CCRI-EZLN y de la Comisión Sexta, ha estado apareciendo públicamente a lo largo del mes de septiembre de 2006. Entiendo el documento como un llamado a que reflexionemos en conjunto el remolino de sucesos que hemos vivido, conocido, producido y padecido durante, cuando menos, el último año. Saludo la iniciativa de presentar una versión hilvanada de los acontecimientos, sobre todo, de los últimos quince meses; pues considero que esa es una excelente manera de abrir el debate, de volver a situarnos cada quien y entre todos en este momento que habitamos y llamamos presente, para desde ahí hacernos una pregunta fundamental: ¿Cómo en medio de la lucha política-social cada vez más descarnada y desplegada en múltiples niveles en la geografía mexicana, ha sido producido este momento, tanto a partir de nuestras propias acciones de resistencia y lucha, como de las acciones de los poderosos dueños de la riqueza y el gobierno, es decir, de quienes mandan-lucran y engañan? La respuesta a esa pregunta, intuyo, es siempre la base para abordar la segunda pregunta: ¿Qué hacemos ahora?

Compartiendo en términos generales el hilo argumental que sostiene la “evaluación” zapatista del momento presente, muy respetuosamente quisiera presentar dos o tres ideas más para su consideración sobre puntos que me parecen fundamentales para abrir el debate sobre el curso futuro de “la Otra”. Lo hago en mi calidad de vieja compañera en las luchas de América Latina: mi voz crítica la presento abiertamente y tratando de mover todo mi conocimiento y experiencia de resistencia y lucha en otros países, puesto que percibo que en México hoy vivimos un muy tenso y peligroso momento histórico, en el que anidan y se gestan, también, poderosas posibilidades de transformación social.

En virtud de que la pertenencia de una persona a un grupo no se define solamente por la voluntad de quien toma la palabra, sino sobre todo, por la predisposición de los interlocutores a asumir y aceptar la interioridad de esa voz, no tengo muy claro si puedo considerarme parte de “la Otra” o no. Sé que firmé como adherente de la VI Declaración de la Selva Lacandona a mediados del año pasado, y asistí a una de las reuniones preparatorias -la V de la VI, ie, cuando se convocó a individu@s y a colectivos[1]-. Sé que he participado, intermitentemente y casi siempre desde una difusa periferia en las actividades de “la Otra”. Soy una mujer que no tiene ningún “aparato”, que no se sabe ni se puede mover en el terreno del “activismo”, pero que está profundamente preocupada por lo que en México pueda acontecer y que quiere contribuir en algo a que consigamos articular fuerza desde abajo, capacidad de voz, de resistencia, de lucha y de propuesta desde la vida cotidiana, desde las casas, los barrios, las comunidades, las escuelas, los centros de trabajo y las múltiples redes sociales que permiten la vida en este México vasto y complicado… porque lo que estamos pasando y lo que se nos viene, es la avalancha enloquecida de lo más negro del poder del dinero. En fin, eso soy, tengo domicilio conocido y ánimo de resistir y pelear. Van pues mis consideraciones.

El balance que presentan el Sub, el CCRI-EZLN y la Comisión Sexta, me deja en la cabeza las siguientes preguntas. Las presento de manera concisa y directa para, posteriormente, argumentarlas:

A sus ojos, ¿”la Otra” puede entenderse como un esfuerzo de articulación laxa, móvil y dúctil de las múltiples luchas y resistencias desde abajo para darse fuerza unos a otros de manera heterogénea y autónoma? O, más bien, ¿se entiende como el germen, como el embrión o semilla, de una organización política no electoral a nivel nacional, con sus principios bien definidos, sus estructuras y mecanismos de deliberación y decisión internos completamente claros y su bien delimitada periferia y distinción entre “miembros” y “no miembros”?

Presentar la pregunta así, como una disyuntiva actualmente excluyente, me parece importante porque creo que deben darse pasos distintos a según se tenga una u otra prioridad en lo que hay que construir. Hacer las dos cosas es necesario. Pero creo que son dos cosas distintas y es importante que pudiéramos pensarlo así. Por eso les pregunto directamente, ¿cuál es su punto de vista sobre este particular?

Creo que la pregunta es pertinente porque, en las ocasiones en las que he tenido acercamientos con las actividades de “la Otra”, lo que me ha sucedido es que me confundo profundamente: creo que voy a encontrar algo y hallo otra cosa distinta. Y en no pocas ocasiones son las afirmaciones y posiciones de las personas que identifico como más cercanas a la organización zapatista las que me confunden más. El punto de fondo de esta confusión -quizá únicamente mía, no lo sé, que me inquieta enormemente- es, justamente, que no sé muy bien con quiénes y en qué términos estoy tratando y para qué finalidad: si con grupos variados de compañeros con quienes la cuestión es ponerse de acuerdo puntualmente sobre puntos específicos para desplegar actividades de forma laxa y heterogénea, para visibilizar problemáticas específicas y disputar los contenidos urgentes de la agenda pública, haciéndolo “cada quien a su modo” aunque de manera entrelazada y hasta donde se pueda coordinada o si, más bien, en esos acercamientos y esfuerzos de encuentro y enlace se juega, de manera prioritaria, la construcción de formas de cohesión y organización mucho más estructuradas, ordenadas y a largo plazo. Insisto, creo que las dos tareas son necesarias, pero también considero que son dos tipos de actividades y “modos” distintos los que se requieren, a según la intención. Lo importante, reitero, es desdoblar el problema. Y expongo algunas reflexiones, desde mi propia experiencia, sobre las diferencias entre hacer esfuerzos para la articulación de diversas y polifónicas luchas sociales -con contenido político tendencialmente anticapitalistas- y hacer esfuerzos por construir una organización política de izquierda no electoral anticapitalista:

  • Si de lo que se trata -y yo honestamente considero que es muy urgente empujar esto- es de esforzarnos por contribuir a la articulación de las luchas múltiples, variadas, heterogéneas, emprendidas por sujetos sociales distintos, que contra el saqueo, el desprecio y la sobre-explotación están ocurriendo en todo nuestro país; entonces es necesario comenzar a documentar y visibilizar -uds. (y muchos también) ya lo han ido haciendo y eso es un gran aporte-, los problemas más grandes que estamos enfrentando todos los mexicanos de a pié. Uds. y muchos otros colectivos y grupos han ido haciendo conocer la enorme cantidad de afrentas y sufrimientos soportados por distintos segmentos y grupos de la sociedad mexicana. Ahora bien, la importancia de exponer estos resultados no solamente como memorial de agravios y resistencias locales, sino también como problemas generales a superar entre todos, es que su presentación como tal: como problemas a superar…, es una vigorosa herramienta de “sintonización” colectiva, de autorreconocimiento mutuo, de autogeneración de perspectiva autónoma y colectiva de lo que no hemos ya de admitir, en conjunto, que los otros -quienes monopolizan la riqueza y la decisión sobre los asuntos públicos- hagan con y contra nosotros. Escribo estas líneas, pensando en un ejemplo que conozco un poco: el problema del agua; de su escasez, de su privatización, de su despojo, de su control tendencialmente monopolizado por camarillas de políticos y patrones, etc., es un problema que nos compete a todos, que cada quien vive de manera diferente en la vida cotidiana y productiva y que está generando profundos malestares. Ese es un tema en torno al cual, colectivamente podríamos articularnos como fuerza en movimiento desde abajo para establecer límites a los poderosos, para comprender en común la manera en la que ellos implementan sus planes, para generar tentativamente “capacidad social de veto” a sus proyectos privatizadores y de saqueo. Este es nomás un ejemplo de un problema que estamos enfrentando todos. Hay otros, quizá igual de importantes.

Lo que quiero decir es que si una de las finalidades de “la Otra” es “articular” las luchas que ya existen a partir de los problemas que ya existen, pues hay que comenzar a hacer eso. Entre otras cosas, hay tareas que veo como necesidades inmediatas: hacer una lista de los problemas que han sido vividos o detectados como los más urgentes; los problemas cuya superación en muchas partes de la República ha comenzado ya a desplegarse en diferentes y variadas luchas de resistencia locales -muchas veces análogas entre sí-. A partir de la identificación y selección de tales problemáticas, entonces “sintonizarnos” entre todos, a) para comprender a cabalidad lo que “los enemigos” están haciendo, b) para registrar con detalle lo que “nosotros” hemos hecho frente a ello, c) para promover los enlaces y las acciones conjuntas de resistencia ampliada -por expresarlo de alguna manera- que nos permitan construirnos en común “capacidad social de veto” a los planes de los dueños del dinero y la decisión pública.

Esta, por supuesto, no es la única manera de comenzar a “articular” las diferentes luchas locales de resistencia que han sido visitadas, visibilizadas y enlazadas en “la Otra”, sobre todo entre enero y abril de 2006. Sin embargo, sí es una manera en la que de acuerdo a distintas experiencias en América del Sur, “la gente” ha logrado gestar y parir instancias o espacios de articulación, coordinación y magnificación de su capacidad de intervención en el espacio público para impugnar las decisiones de arriba, con base en su apoyarse mutuamente. Este tipo de articulaciones sociales laxas, construidas sobre problemas puntuales, cuyas acciones conjuntas abren espacios para la politización de otras redes y estructuras sociales -las familias, los barrios, etc.-, en distintos lugares han contribuido a producir un cauce vasto y fecundo para que brote el descontento social anidado en los variados jirones del tejido social que hoy existen, y que éstos puedan volverse a entrelazar y tensar.

Y tal cosa permite construirnos, entre todos, fuerza social; que en realidad, cuando se condensa y compacta, cuando se auto-identifica y auto-regula -como en Oaxaca con la APPO- es auténtica capacidad política levantada desde abajo. Cabe acotar que, en lo personal, tampoco comparto los análisis que comienzan y terminan analizando externamente la “correlación de fuerzas” como si tal cosa fuera un sistema de vectores objetivo y ya determinado. Sin embargo, si considero que una cuestión de la que hoy carecemos es de fuerza social real para poner en el tapete del espacio público lo que a nosotros nos interesa y nos afecta: desde la cuestión de los presos políticos y el uso mafioso y criminal de las corporaciones policíacas y el aparato judicial; hasta la privatización y tendencial monopolización del agua -insisto-, el despojo de los territorios que habitan los pueblos o la entrega de la energía eléctrica y del petróleo a las corporaciones transnacionales. Si se concede lo anterior como premisa, entonces es muy claro que, entre todos, necesitamos construir fuerza social para resistir, confrontar e impedir el libre desarrollo de los proyectos y planes de los poderosos.

Esta es pues, una de las posibles acciones que, en conjunto, en tanto compleja red asimétrica de dignidad y resistencia, pero también de malestar e inconformidad, podemos llevar adelante. Para sintetizarlo lo más posible: creo que es necesario trabajar por producir, entre todos, un sentido común de la disidencia. Hasta cierto punto, yo así he entendido parte de los contenidos del significado de “la Otra”, y en ese sentido he considerado que lo más importante es producir un “horizonte interior”, un “sentido de inclusión” amplio y firme, laxo y comprometido simultáneamente, que únicamente se puede basar en la claridad de la intención inmediata expuesta en cada paso a dar en común -y que contrasta con un “código de pertenencia”, pero esto lo abordaré más adelante. Ya uds. me indicarán si he entendido bien, o si consideran que esto no es pertinente para México.

Vayamos entonces a la otra posibilidad:

  • Si de lo que se trata es de armar una organización política nacional de izquierda anticapitalista, entonces creo que conviene revisar los problemas y dificultades que, de entrada, vamos a confrontar. En el documento de cinco partes firmado por el Sub, se presenta un recuento de vicios y prácticas de la izquierda tradicional no electoral -o no siempre electoral-. Es muy poco lo que yo puedo aportar en relación a este tema porque sólo he visto o sabido de las reuniones de “la Otra” en el D.F. de lejitos e intermitentemente; además de que no conozco ni entiendo muy bien los cálculos que percibo que guían, por lo general, los pasos de tales organizaciones de izquierda, que suelen ser dirigidas y controladas, además, por señores con muy poca predisposición al diálogo.

Sin embargo, percibo algunos elementos sobre los que quizá valga la pena reflexionar en los planteamientos del balance que realiza el documento del Sub. Paso a presentarlos centrándome, por lo pronto, en afirmaciones contenidas en el primer documento:

En el quinto punto de la “Primera Parte: Los Caminos a la Sexta”, se establece lo siguiente para explicar cómo y por qué los zapatistas lanzan la VI Declaración. Ahí aclaran que este documento necesitaba un contenido:

5.- Anticapitalista y de izquierda.- Pero la conclusión principal a la que llegamos en nuestra valoración no tenía qué ver con estos aspectos, digamos, tácticos, sino con algo fundamental: el responsable de nuestro dolor, de las injusticias, desprecios, despojos y golpes con los que vivimos, es un sistema económico, político, social e ideológico, el sistema capitalista. El siguiente paso del neozapatismo tenía que señalar claramente al responsable, no sólo de la conculcación de los derechos y de la cultura indígena, sino de la conculcación de derechos y de la explotación de la gran mayoría de la población en México. Es decir, debería ser una iniciativa anti-sistémica. Antes de eso, aunque tendencialmente todas las iniciativas del EZLN eran anti-sistémicas, no eran señaladas claramente. Toda la movilización en torno a los derechos y cultura indígena había sido dentro del sistema, incluso con la intención de construir interlocución y un espacio jurídico dentro de la legalidad. Y definir al capitalismo como el responsable y el enemigo traía consigo otra conclusión: necesitábamos ir más allá de la lucha indígena. No sólo en declaraciones y propósitos, también en organización. (Los subrayados son míos. RGA)

La valoración del EZLN se entiende con claridad aunque hay dos cuestiones que quedan, creo, cuando menos abiertas a la discusión:

  • La primera es una cuestión que parece formal pero que, en el fondo, creo que no lo es. Es muy cierto que conseguir nombrar al “responsable” de nuestra desgracia es un elemento importante de cualquier acción de autonomía y de recuperación de la fuerza propia. En este sentido, señalar al “sistema capitalista” como el “responsable” del dolor impuesto a millones de mexicanos es relevante en el contexto actual. Sin embargo, nombrar al “responsable” como algo ajeno a nosotros, situarnos en una hipotética relación de exterioridad con él, nos inhibe para comprender las maneras concretas en las que entre todos producimos al capital -al tiempo que lo resistimos- y entre todos producimos al poder ajeno -al tiempo que nos esforzamos por escapar de él-. Pero además, si “el sistema capitalista” al que nos proponemos combatir es algo ajeno y fuera de nosotros, entonces la cuestión decisiva es pensar cómo lo cercamos y lo destruimos en tanto ajeno a nosotros. Sin embargo, si más bien nos pensamos, a nosotros y a otros, como situados de entrada, en las redes del sistema capitalista y en resistencia continua aunque con distinta y variable intensidad contra ello; entonces lo que se nos presenta es la continua necesidad de mantenerlo a raya, de desorganizarlo, de preservar ámbitos de autonomía, de limitarlo en su capacidad de despliegue de sus fines y, por supuesto, también se muestra la urgencia de la reflexión sobre nuestras propias prácticas auto-emancipatorias. Un poco abstracta, pero esta es una discusión que me parece relevante y urgente: y no para evitar desearnos y construirnos como “anti-capitalistas”, sino para profundizar nuestra propia comprensión de cómo lograrlo.
  • La segunda cuestión es qué se entiende por “anti-sistémico”. Sin tener demasiados elementos del uso de este calificativo en México, creo que un problema del término anti-sistémico es que al pensar lo “anti-sistémico” se echa mano a un pensamiento “sistémico”, por expresarlo de alguna manera. Presento mis argumentos a partir de cómo se ha producido la discusión entre lo “sistémico” y lo “anti-sistémico” en otras sociedades de América Latina reinstalando en el debate de la izquierda, bajo formas trasmutadas, la vieja discusión entre “reforma” y “revolución”.

¿Qué es lo antisistémico? Una parte de la izquierda tradicional no electoral -o no únicamente electoral- en Bolivia y en Argentina -hasta donde conozco- ha criticado a los movimientos sociales realmente existentes por no ser contundentemente anti-sistémicos en tanto no proponían explícitamente, según tal izquierda, una forma de sociedad distinta. No importa si las luchas realmente existentes que trastocaron el curso del neoliberalismo -sin superarlo es cierto, o mejor, sin superarlo todavía- en esos países eran protagonizadas por tales movimientos; no importa si la crisis de la democracia procedimental -hoy aparentemente recompuesta, es cierto, o mejor, hoy aparentemente todavía en recomposición- en esos países ocurrió por la energía y capacidad de las acciones de hombres y mujeres organizados de manera variada en múltiples y heterogéneos movimientos sociales…

¿Cómo podemos entender lo “antisistémico”? Por lo general, quienes argumentan desde cánones de pensamiento anclados en los supuestos más rancios de la vieja izquierda radical: necesidad de la toma del poder para, desde ahí, re-organizar a la sociedad de arriba abajo reemplazando los monopolios privados de la riqueza y el poder ahora por monopolios estatales y partidarios de lo mismo; entienden lo “antisistémico” como acción social “consciente”, “explícita”, “organizada y dirigida” por alguna corporación identificable, claramente delimitada, bien estructurada en sus prácticas y mecanismos instituidos internamente y estable en el tiempo. A este tipo de entidad, a principios del siglo XX, se le llamó “partido revolucionario” y durante varias décadas las imprentas de la entonces URSS imprimieron copias del “¿Qué hacer?” de Lenin donde se explicaba cómo armar o componer una estructura tal. Uno de los rasgos comunes a este tipo de organización es que para su composición, se establecen mecanismos de adscripción explícitos fundados claramente en algún criterio de pertenencia: aceptación de unos estatutos, compromiso con una estrategia definida, incorporación en específicos mecanismos de ordenamiento de la acción colectiva, etc. Entiendo que el EZLN es, en parte, una asociación de voluntades estructurada formalmente, rígida en sus prácticas y mecanismos internos: es un Ejército. Pero también comprendo que es un Ejército que no organiza sus acciones, ni define sus pasos a partir de una estrategia de “toma del poder”. En este punto, y si la finalidad es construir una organización política a nivel nacional de izquierda anticapitalista, hay una complejidad que conviene poner a discusión.

Ahora bien, tengo la impresión que el uso del término “anti-sistémico”, que he mencionado arriba, no tiene que ver con lo que el Sub quiere expresar; sin embargo, señalo un problema que está ahí y que quizá contribuya a entender algunos conflictos que surgen con y entre los “potenciales” aliados (y me refiero sobre todo a los partidos y organizaciones “revolucionarias” que entienden la “Revolución” como “toma del poder” por ellos mismos y que desprecian la lucha social real calificándola explícita o implícitamente de pre-política). En otro momento quizá convenga presentar algunas ideas acerca de lo que en otros países se ha entendido por anti-sistémico, o por lucha anti-sistémica. Ya uds. me dirán si vale la pena. Por lo pronto, quisiera seguir con otro problema conexo con la manera en que podemos componer una “organización nacional de izquierda anticapitalista”. En el documento, inmediatamente después de lo anterior, se afirma:

Se necesitaba, se necesita, pensábamos, pensamos, un movimiento que una las luchas en contra del sistema que nos despoja, nos explota, nos reprime y nos desprecia como indígenas. Y no sólo a nosotr@s como indígenas, sino a millones que no son indígenas: obreros, campesinos, empleados, pequeños comerciantes, ambulantes, trabajador@s sexuales, desempleados, migrantes, subempleados, trabajador@s de la calle, homosexuales, lesbianas, transgénero, mujeres, jóvenes, niñ@s y ancian@s

La fragilidad que yo encuentro en esta formulación es la siguiente: en la primera parte del párrafo se habla de la necesidad de “un movimiento que una las luchas en contra del sistema que nos despoja, nos explota, nos reprime y nos desprecia como indígenas”. Sin embargo, en la segunda parte del párrafo se enuncia una lista de quienes no son indígenas y sufren también agresiones por parte del sistema; es decir, no se conserva como idea rectora de la articulación posible la “unificación de las luchas”, sino que al hacer una lista de identidades fijas se abre la puerta a posiciones más preocupadas por la “articulación entre sectores” -tal como el mismo Sub señala que se discutió en una de las reuniones- y a la “administración de movilizaciones de sectores” para fines que, igualmente, comienzan a ser objeto de una disputa exterior a/de los propios “sectores”.

Por aquí, creo yo, se abre la puerta a las dificultades de la construcción de una organización política de izquierda anticapitalista… Esa organización, ¿para qué ha de construirse? ¿quiere o no tomar el poder? Si la respuesta es sí, entonces lo mejor es ir a revisar las experiencias revolucionarias del siglo XX y buscar en ellas elementos. Si la respuesta es no, entonces se abren otra serie de preguntas realmente novedosas. La primera de ellas es, una vez que hemos acordado que el problema a superar es la relación capital-trabajo y la captura sistemática de todo valor de uso por el valor de cambio, cómo podemos romper el aislamiento y la impotencia de cada acción de resistencia y de insubordinación particular, para fortalecernos en común.

En este terreno no tengo ya ni muchas ideas ni muchas experiencias, por lo cual, prefiero resumir, a modo de preguntas, lo que considero más relevante de lo expuesto en estas páginas:

¿Se necesita impulsar una “articulación de luchas” o se necesita construir “una organización nacional de izquierda anticapitalista”? ¿Se perciben estas dos como posibilidades distintas?

¿Se necesitan construir las dos cosas? ¿Consideran que los trabajos para realizar una u otra posibilidad son distintos?

¿En la construcción de lo primero -la articulación de luchas- se dan pasos para construir lo segundo? ¿Se construye primero lo segundo, ie, la organización, y se entiende que en ella se articulan las luchas?

En fin, espero haber podido transmitir mis preocupaciones. Confío en que las considerarán pertinentes.

Un abrazo,

Raquel Gutiérrez Aguilar
México D.F., 1º de octubre de 2006

[1] Presenté, junto con otras compañeras, un documento en esa reunión cuyos argumentos recupero en esta carta.

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