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El Subcomandante Marcos invita a los braceros a ir con él a conocer a los mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos

Los encuentros marcados para junio en Tijuana y Juárez: “La Otra Campaña es también en el otro lado”


Por Al Giordano
El Otro Periodismo con la Otra Campaña reportando desde Tlaxcala

20 de febrero 2006

Zacatelco, Tlaxcala, México. Febrero 20 de 2006. Más de un millar de ex braceros –que alguna vez trabajaron en los campos y rieles de los Estados Unidos, solamente para ver sus ganancias robadas por el estado mexicano- se reunieron hoy en Zacatelco, Tlaxcala, con el Subcomandante zapatista Marcos y recibieron una invitación especial para ir con él a Tijuana y a Juárez en junio a encontrar y escuchar la palabra de aquellos mexicanos que hoy viven y trabajan en “el otro lado”.

“La Otra Campaña no es nada más aquí en México”, explicó el vocero rebelde. “Está también en el otro lado”.


Foto: D.R. 2006 Mauricio Ocampo Campos
Marcos –ahora visitando en el noveno de los 31 estados más el Distrito Federal en la ciudad de México, entre enero y junio, para escuchar las quejas de la gente y tejer muchas luchas en una más grande- también le pidió a los braceros marchar con él en masa el 1º de mayo en la ciudad de México. “Ahorita, sólo vengo yo”, bromeó. “Vamos a marchar juntos”.

Las propuestas del Delegado Zero recibieron un caluroso aplauso y gritos de aprobación. No hay duda de que ambas invitaciones serán aceptadas y que las reuniones en la frontera están ganando fuerza e importancia en la Otra Campaña. Y así, hoy, el histórico viaje de Marcos desde el estado más al sur de México, Chiapas, a la frontera con Estados Unidos tiene un nuevo contexto con las noticias de que se unirá a muchos mexicanos que alguna vez cruzaron el Río Bravo pero decidieron regresar.

“Escuchamos a nuestros mayores”

Vinieron de muchos lugares de México, pero especialmente de las regiones de cultivo centrales: hombres mayores con sombreros de campo, mujeres de cabellos grises cargando baldes de plástico y ollas de barro con comida: arroz, frijoles, huevos, nopales, pollo, carne, salsas roja y verde, para ser servidos en tortillas hechas a mano con maíz (no transgénico) del cultivo local… de amplios hombros, piel morena, derribados por décadas pero nunca derrotados, estos hombres y mujeres son del grupo de edad que en gringolandia se conoce como “ciudadanos mayores”, pero aquí aún cortan leña, recogen la cosecha, cuidan a los nietos (cuyos padres, en muchos casos, se fueron para hacer el trabajo pesado, de California a Nueva York, que los norteamericanos no quieren hacer) y encima de todo eso, hacen algo más: se organizan y pelean para cambiar su país.

Marcos estaba visiblemente feliz de estar entre ellos. Llevándoles saludos “de los hombres, mujeres, niños y ancianos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)”, el subcomandante comenzó: “Su historia es muy parecida a la nuestra como pueblos indígenas. También hemos demandado que el gobierno nos reconozca. También hemos recibido el mismo menosprecio y maltrato que ustedes han recibido. En su lucha, en sus demandas por justicia está ya el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional”.

“Vemos que la mayoría de los compañeros y las compañeras que están aquí son de edad. Allá en nuestra tierra, la gente de edad es la que mas vale, la que nos dirige. Yo no soy comandante. Soy subcomandante. Encima mío, los que me mandan, los hombres y mujeres indígenas de allá de las montañas del sureste mexicano son hombres y mujeres como ustedes, gente sencilla y humilde, y trabajadora. Siempre prestamos atención a la palabra de nuestros mayores… Vemos en la gente su corazón sencillo, su palabra y trabajo sobre todo es lo que vale”.

“Nosotros no nacimos ancianos”, continuó Marcos. “Pero lo que pasa a ustedes igual pasa a los pueblos indios… El malatrato que recibieron a manos de sus patrones gringos… así como lo que pasa a nosotros los indígenas en nuestro propio país… Aquí, también nosotros levantamos la cosecha y construimos los rieles, pero solamente nos pagan un poco del dinero que nuestro trabajo hace para ellos”.

“En todas estas luchas, la de los trabajadores, la de los campesinos, la de los indígenas, la de los jóvenes, la de las mujeres y de los ancianos que luchan… e inclusive la de aquellos que viven en el otro lado, en cada caso el problema es un sistema”.

Una herida abierta 64 años

¿Qué trajo aquí a más de un millar de compas que cruzaron regiones un lunes para contar su historia a un hombre de cuarenta y tantos que usa un pasamontañas? ¿Y luego aceptar acompañarlo a la marcha en la ciudad de México? ¿Y después decir que viajarán al norte una vez más para unírsele en su lucha?

Es una historia que comenzó en 1942 –pero que claramente aún no termina- cuando los Estados Unidos entraron a la Segunda Guerra Mundial, y los jóvenes fueron enviados a luchar, dejando cosechas sin levantar y rieles sin terminar. El gobierno de los Estados Unidos decidió que necesitaba trabajadores para hacer esas labores e hizo un trato con el gobierno mexicano para importar miles de trabajadores mexicanos. Ese programa –los legendarios trabajadores eran conocidos como “braceros” porque llegaron en ferrocarriles con locomotoras a carbón, o “brasas” que ardían al rojo vivo- continuó hasta 1966.

Mientras trabajaron en los rieles y pusieron comida en la mesa de Norteamérica, diez por ciento de sus salarios fue retenido por el gobierno mexicano con la promesa de pagarles cuando regresaran a México. Algunos nunca lo supieron porque los contratos que les habían dicho que firmaran estaban en inglés, y solamente supieron de estos dineros que les debían cuando volvieron a casa. Hoy, 64 años después de que comenzara el programa, aún no les pagan. En muchos casos, estos hombres ya han muerto y sus esposas y sus hijos continúan la lucha. El dinero que les deben llega a miles de millones de dólares. Los luchaderos braceros han descubierto documentos que prueban que el gobierno mexicano ha recibido los fondos y los depositó en el Banco Nacional de México (luego conocido como Banamex, hoy parte del Citibank de propiedad estadounidense), y luego cambiaron los depósitos a otros bancos, en un juego de escondite (quizá un ejemplo pionero de lavado de dinero) que le negó a estos trabajadores lo que les debían. “Es ahí donde está el dinero”, dijo Marcos indignado a los trabajadores y a sus familias hoy. “Es suyo y de sus antecesores”.

Lo que es claro luego de un día de escuchar los testimonios de estos mayores es que su lucha no se trata del dinero. Se trata de la dignidad. Se trata de una herida de 64 años junto a otras injurias e injusticias que hoy, inclusive generaciones después, buscan sanar a través de la rebelión. La Otra Periodista Bertha Rodríguez Santos (graduada de la Escuela de Narco News de Periodismo Auténtico de 2003, del Istmo de Tehuantepec) también estaba en Tlaxcala hoy entrevistando a los braceros e investigando los hechos de su historia. Su nota está al venir. Sigan en sintonía.

Y una nota relacionada: los Otros Periodistas Sarahy Flores Sosa, Quetzal Belmont, Giovanni Proiettis, Roberto Chankin Ortega Pérez, Mauricio Ocampo Ocampo y otros miembros del equipo móvil del Otro Periodismo estuvieron también presentes entrevistando, filmando, grabando, tomando notas. Regresamos a nuestro cuartel móvil y comenzamos a descargar el video a las computadores para encontrarnos con que no hay más espacio en nuestros discos duros –el más reciente comprado por 400 dólares hace apenas tres semanas- para vaciar y digitalizar este trabajo en audio y video, que hemos deseado producir en video noticieros (junto a con el material todavía no reportado de los estados mexicanos previos del viaje por Chiapas, Yucatán, Quintana Roo y Oaxaca) esta semana. ¿Alguna idea brillante allá afuera para asegurar que nuestros lectores no tengan que esperar tanto como los braceros han esperado para poder ver y escuchar sus historias contadas?

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