15 de Junio 2001
FARC
Escribe
a Narco
News
Y Publicamos:
"Que Después
No Lloren"
Por
Gabriel Ángel
Comisión
Temática
Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia
Narco News 2001
Autor Gabriel
Ángel con FARC Comandante Manuel Farulanda Vélez
"Que
después no lloren"
Los
nefastos efectos de la lógica
represiva,
de la ira de Dios
Por Gabriel
Ángel
Conforme
a las concepciones criminológicas
de los legisladores norteamericanos, los delitos son cometidos
por personas que deciden por su propia iniciativa ubicarse fuera
del orden legal, que ceden a la inclinación morbosa de
hacer el mal, que asumen conscientemente el papel de chicos malos.
En consecuencia, hay que castigarlos, ejemplarmente, para que
el resto de los ciudadanos buenos tenga escarmiento, aprenda
que no se puede obrar así. Por eso son tan rigurosas sus
condenas. A prisión, cadena perpetua o muerte, según
la gravedad estimada por las leyes.
Los gringos seguramente que se identifican
con el dios cristiano del antiguo testamento. Un dios bárbaro,
cruel, despótico. Que castigaba con brutalidad a quienes
se oponían a su voluntad. Lluvias de fuego, plagas infernales,
genocidios. El apego religioso de los estadounidenses por la
biblia no es casualidad, parece más bien identidad. Los
vemos en la televisión o el cine escuchando atentamente
al pastor. Tragándose como verdades absolutas las historias
de los profetas, del pueblo elegido. Se ajustan tan bien a su
carácter. Hasta presidentes pastores en trance de culto
les hemos visto en los noticieros.
Todas sus visiones del mundo están
envenenadas por el dogmatismo. El talante anglosajón es
abiertamente reaccionario y sus doctrinas jurídico penales
no podían ser la excepción. Malhaya cuando tienen
relación con nosotros. Con los colombianos, con los latinoamericanos,
con los habitantes del tercer mundo, o del cuarto que recién
inventaron. Como en el caso de las drogas. Los norteamericanos
juzgan que el fenómeno del narcotráfico se agota
en la esfera de la criminalidad y las leyes penales. Se trata
simplemente de un delito, un hecho ilícito al que hay
que combatir. Con todo el peso del Estado, con toda su fuerza,
con todo su poder.
Por alguna razón que les resulta
inexplicable, los chicos malos dedicados al narcotráfico
están en notable aumento. En auténtica subienda.
Un verdadero reto para los campeones de la justicia. Como cazadores
de recompensas les corresponde buscarlos por todo el planeta,
reducirlos, encarcelarlos, aniquilarlos. Ellos están envenenándoles
a su juventud, destruyendo la tranquilidad de sus hogares, induciendo
al pecado en todas sus formas. Para nuestra desgracia, han concluido
que la guarida de los pillos está en Colombia, que en
las veredas, los campos y las selvas de este estratégico
país suramericano se encuentran los responsables de sus
grandes lacras sociales.
Los latinoamericanos tenemos posiciones
muy distintas en casi todas las cosas con relación a ellos.
Nuestras tradiciones culturales e históricas nos hacen
pensar de otra manera. Al fin y al cabo siempre nos ha correspondido
el papel de perdedores, de sometidos, de simples fichas del dominó
extranjero. Nos hemos visto obligados por las circunstancias
a mirar hacia todos los lados, a dudar de todos los poderes,
a beber en fuentes más múltiples del conocimiento.
Todos nuestros presuntos benefactores han terminado por hundir
luego sus garras en nuestras espaldas. Por ello somos más
bien desconfiados. Nos inclinamos por indagar más, investigar
más, examinar más en conjunto, observar todos los
lados de la moneda. Preferimos atenernos a la realidad, por dura
que sea.
Jorge Eliécer Gaitán, una
de las mentes más brillantes y reconocidas que haya producido
el genio colombiano, se sumó por ello con tanto entusiasmo
a la escuela positiva del derecho penal, fundada por Enrico Ferri
en Italia. Y nuestros códigos penales hicieron suya la
idea de que el delincuente era en cierta forma un enfermo, un
producto de la conjunción de un sinnúmero de causas
económicas y sociales que había que tener en cuenta
a la hora de pensar en imponerle una pena. Esta no podía
ser entendida como un castigo, sino como un método de
rehabilitar al recluso, de recuperarlo para la sociedad. Había
que mirar muchas cosas, agravantes y atenuantes de una conducta,
la misma peligrosidad del sujeto. Ser justo era mucho más
complejo que aplicar con ortodoxia un férreo criterio
único. Era ser humano.
Desde fines de la década de los
setenta comenzó a ser ostensible el esfuerzo de la oligarquía
colombiana por adoptar la filosofía inspiradora de los
gringos. Todo porque éstos se interesaron en iniciar una
lucha frontal contra el narcotráfico y la impusieron a
nuestro país, que entonces no pasaba de ser un folclórico
productor de marihuana, sin grandes capos ni mafias internacionales.
Fueron varios los intentos de adoptar el sistema procesal de
los fiscales y sus juicios semisecretos, así como las
concepciones penales anglosajonas en el código penal.
Hoy se habla de penas absurdas de sesenta años y más
de prisión, al tiempo que se plantean sin rubores la cadena
perpetua y la pena de muerte como los mejores métodos
para combatir los delitos. Los testigos secretos, los arreglos
judiciales, el perdón por delación y toda la gama
de corrupción y chantaje legales son el pan de cada día.
Cualquier visión sociológica
de la realidad desapareció por completo. La lógica
represiva, la ira del dios, se convirtió también
en el dogma. Un hombre de la talla de Alberto Lleras Camargo,
patriarca liberal de otras épocas, había llegado
a escribir en el año 1.979 en el diario El Tiempo de Bogotá,
como nos lo recordó la revista elmalpensante recientemente,
que fueron las políticas represivas del gobierno norteamericano,
la persecución policíaca, costanera, de servicios
secretos, las que elevaron a tal valor el precio de las drogas
que animaron la creación de una mafia dispuesta a conseguirlas
en cualquier parte del mundo para llevarlas a los Estados Unidos
y hacer su gran negocio. Y llegó a advertir cómo
a nuestro país se le iba a convertir en el chivo expiatorio
por una responsabilidad que únicamente le competía
al gobierno gringo. "La guerra y las drogas teñirán
la reputación de nuestros compatriotas en ese tiempo futuro",
profetizó. Ese tipo de análisis desaparecieron
por completo de las esferas del poder. La abyección al
imperio fue total.
Turbay, Betancur, Barco, Gaviria, Samper
y Pastrana, de manera sucesiva, fueron incrementando las medidas
legales, policivas y militares contra el narcotráfico,
haciendo de sus gobiernos unos meros ejecutores de las erradas
políticas norteamericanas. Si todos los esfuerzos dilapidados
por los últimos gobiernos colombianos se hubieran dedicado
más bien a solucionar los problemas de la propiedad agraria,
el desarrollo económico y la justicia social en el campo,
es absolutamente seguro que nuestros campesinos jamás
hubieran recurrido al cultivo de ilícitos. Porque no hubiera
sido necesario. Tendrían de qué vivir, y bien.
Y si en lugar de emprender semejante cruzada contra el narcotráfico,
los norteamericanos hubieran asumido con toda su capacidad educativa,
preventiva y sanitaria, la legalización de las drogas
ilícitas, las mafias de narcotraficantes hubieran desaparecido
hace mucho tiempo. No existiría el problema.
La satanización del problema de
las drogas ha convertido en un narcotraficante a todo aquel que
manifiesta un punto de vista opuesto a la lógica de los
norteamericanos. A su solución represiva y brutal. Es
el caso de las FARC. Muy en la línea histórico
cultural propia de los latinoamericanos, las FARC han sostenido
que la solución al problema de las drogas no puede ser
militar sino social. Y han planteado a los gringos la legalización.
La lucha revolucionaria en Colombia tiene la peculiaridad de
desenvolverse en el marco de una realidad social signada por
los cultivos ilícitos, cosa que no ha ocurrido con ninguno
de los otros procesos revolucionarios de otros lares. Pero las
FARC han manifestado en reiteradas ocasiones, hasta el cansancio,
su condena al narcotráfico. Sólo que la solución
planteada por nuestra organización no encaja dentro de
la óptica de los Estados Unidos. Por eso se nos estigmatiza
como narcoguerrilla. Y por eso el Plan Colombia diseñado
en el Pentágono apunta a la solución bélica.
Los norteamericanos emplean esfuerzos
desmedidos en probar los vínculos de las FARC con el narcotráfico.
Apenas un pretexto para extender con alguna legitimidad sus propósitos
de dominación y control sobre factores que consideran
estratégicos para sus intereses económicos, como
el petróleo venezolano y la biodiversidad amazónica.
Y todo lo encubren con su absurda guerra contra las drogas. Guerra
que únicamente logra agravar el problema. Eleva los precios,
estimula la conformación de mafias, genera corrupción
por doquier, aumenta la adicción. Y lo peor, hunde al
pueblo colombiano en un mar de sangre, de destrucción,
de horror. ¿Cómo puede ser que las clases dirigentes
del país traicionen de tal manera los intereses de la
patria? ¿Cuánto tiempo más las soportará
nuestro pueblo? Tal y como están las cosas, creemos que
no va a ser mucho. Dejen y verán los que creen que con
el Plan Colombia aplastarán la lucha de los colombianos.
Que después no lloren.¨
La Guerra en Contra
de la Guerra de las Drogas