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Detrás de la cortina turística de Cancún y la Riviera Maya

En el caribe mexicano los grandes centros turísticos propiedad de extranjeros están construídos sobre las espaldas de los explotados trabajadores


Por Mariana Simões, Sibi Arasu and Thomas Quirynen
Generación 2010, Escuela de Periodismo Auténtico

7 de marzo 2010

PLAYA DEL CÁRMEN, QUINTANA ROO, MÉXICO: Son las seis de la mañana. Mientras el sol sale, un grupo de veinte hombres está sentado a un lado de la plaza central. Muchos de ellos traen sus mochilas recostadas sobre sus pies, y muchos de ellos traen sus herramientas de trabajo. Rara vez hablan entre sí mientras miran fijamente la carretera, en donde en cualquier momento, ellos esperan, un contratista se detenga y requiera de su trabajo ese día. Son albañiles desempleados, y esa es su única esperanza para sacar un poco de dinero en el día.

Esta escena bien podría ser en cualquier área afectada profundamente por la crisis económica. Pero en Playa del Cármen, un pueblo costero al sur de Cancún del estado mexicano de Quintana Roo, se refuerza un fuerte contraste. Una multitud de turistas extranjeros está a solo dos cuadaras del lugar, tomando un baño de sol mientras degustan cocina gourmet servida en hoteles de lujo.

“Los trabajos son escasos ahora”, dice José Luis Bolaños, uno de los trabajadores que esperan en la plaza. Él ha sido trabajador de construcción por ocho años, así que sabe como elegir a los empleadores adecuados. Cuando un hombre sale de una camioneta blanca para reclutar a cinco de los veinte o más trabajadores que rodean el vehículo, Bolaños no se mueve. “El hombre de la camioneta no es de confianza”, dice, señalando que no hay buenas posibilidades de que los trabajadores que se acercaron a la camioneta sean pagados por su trabajo. En el pasado, el mismo contratista le ofreció trabajo por una semana y no apareció el último día de trabajo, dejando a Luis Bolaños sin dinero.

Sentado a su lado, Daniel Paz Gómez, del empobrecido estado de Chiapas, tiene una mirada vacía que trata de ocultar cuando hablamos sobre posibles contratistas. Paz Gómez no ha podido recuperar la vista completamente desde que por accidente derramó thinner en sus ojos cuando trataba de inhalarlo. Paz Gómez tiene 27 años, y luego de vivir 12 años en Cancún, la lesión parece haber sido lo único que ha ganado al trabajar en la industria de la construcción en una región turística. “Nunca podía ahorrar dinero porque todo se iba en fiestas”, dice. En Cancún, el alcohol barato y las drogas improvisadas están disponibles tanto para turistas como trabajadores. Ahora planea salir de la región—pero ni siquiera tiene dinero para el almuerzo.

A raíz de la crisis financiera y del susto por la gripe porcina, la industria turística en Quintana Roo ha estado experimentando una desaceleración y un creciente desempleo. En Cancún, la tasa de desempleo creció del 3 al 9 por ciento en 2009, de acuerdo con la oficina del alcalde—haciendo que las condiciones laborales fueran más duras para los trabajadores en el estado.

Cancún es una ciudad de inmigrantes, donde los pobres—usualmente de los estados más pobres del sur del país y de Centroamérica—vienen con la esperanza de adquirir una vida mejor. Como resultado, se estima que actualmente en Cancún se hablan al menos 50 lenguas nativas.

Luis Bolaños dice que muy raramente ve la playa. Mientras se puede observar a turistas disfrutando vino importado y buen tequila en las terrazas de su hotel, los trabajadores locales son detenidos por la policía y llevados a la cárcel por 36 horas por infracciones menores como tomar una cerveza en la calle. “Me han arrestado muchas veces”, dice Bolaños. “Pero prefiero quedarme en la cárcel a tener que pagar la fianza, que cuesta más de mil pesos (80 USD).”

Las dos caras de Quintana Roo

Un asunto clave en el estado es la desigualdad que viene con una alta concentración de la riqueza. Los centros turísticos funcionan con lo que llaman políticas “todo incluído”, donde la comida, bebida, entretenimiento y el hospedaje están incluídos a un precio accesible para los turistas—especialmente para aquellos que vienen de países severamente afectados por la crisis. En 2008, el 67 por ciento de los trabajadores que vinieron a Cancún, se alojaron en hoteles 5 estrellas, de acuerdo con el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI). Otro 14 por ciento se alojó en instalaciones 4 estrellas. El hospedarse una noche en un hotel de lujo de Playa del Cármen cuesta alrededor de USD 480 en esta época del año, y eso incluye acceso a restaurantes de cadenas, tiendas lujosas y masajes sobre la costa.

A un mundo de distancia de las playas de arena blanca de Playa del Cármen, está el lugar de trabajo de Rubén Cahan, indígena maya que trabaja como vendedor en una pequeña tienda de ponchos, sombreros y otros recuerdos para turistas, tan solo a unas cuadras del epicentro turístico costero. Cahan dice que el negocio es difícil en el área. “Nos dicen que las tiendas locales están muy lejos”, dice, señalando que de todas formas los hoteles les regalan a los turistas sombreros y camisetas.

Astrid Cavazos, una de las gerentes del hotel Porto Royal en Playa del Cármen, admite que los negocios locales que no pueden pagar un lugar cerca de la costa no son competencia para los grandes centros turísticos, “debido a que los precios de todo lo que vendemos en el hotel son muy bajos”. Explica que “otros hoteles en Cancún y Playa del Cármen son como mini ciudades que atrapan a los turistas dentro de los límites del hotel.”

Caminando por la franja costera llena de tiendas de Playa del Cármen, las turistas canadienses Ana Smith y Donny Smith dicen que no han hablado ni una palabra del español desde que llegaron, porque en el centro turístico en el que se hospedan “el personal se esfuerza por hablar en inglés.”

“En los restaurantes a los meseros no se les permite hablar en español, incluso entre ellos mismos”, dice Alejandro Eguía Lis, organizador comunitario y coordinador del Centro para la Cultura y el Ambiente Tzol K’in, un grupo que busca promover el sentimiento de comunidad entre los pobres de Cancún.

Arturo Ek Rodríguez, botones de uno de los hoteles y descendiente maya, dice que tuvo que solicitar trabajo en varios centros turísticos antes de poder obtener el trabajo. “Me dijeron que tendría que tener cierta altura para obtener el trabajo, y que no tenía el perfil para trabajar ahí”, dice. “Necesitas tener la piel clara y ser alto, más del estilo europeo.” A lo largo de la línea costera, el único testamento de la cultura maya de Quintana Roo son las decoraciones en yeso simulando pirámides y arte maya.

Beverly es una turista de Nueva Jersey que no quería darnos su nombre. Ella viene a México cada año con su esposo e hija. Cuando llegan, se hospedan en centros turísticos todo incluído donde “el personal es muy complaciente” y aprovechan todas las actividades, restaurantes y tiendas que el hotel tiene por ofrecer. Pero mientras se preparan para abordar un crucero que los llevará a otra playa en la Riviera Maya del estado, ella sabe que no ha visto mucho más allá de la 5ta Avenida. Aún así, sienten que han llegado a conocer la región muy bien y definitivamente están satisfechos con sus experiencias.

“Nos encanta México”, dice Beverly y “regresaremos.”

Muy lejos de Dios

“Esto es un pequeño Miami”, dice Alejandro Eguía Lis, mientras conduce por el tramo de 17 kilómetros de la zona hotelera de Cancún, donde el costo por una noche en uno de los hoteles puede variar entre 300 y 5000 pesos. Al conducir por la región, no hay una piedra fuera de lugar o incluso la menor señal de algún defecto en los caminos o aceras. Todos los jardínes son podados a la perfección e incluso las paradas de autobús están iluminadas, lo que no es muy común en otras partes de la ciudad. A lo largo del tramo aparece un surtido deleite de cadenas de tiendas como Starbucks, Hard Rock Café; la única cosa que parece fuera de lugar en la zona hotelera son los policías municipales, que manejan por la zona usando chalecos antibalas. “Vivimos muy lejos de Dios y muy cerca de los Estados Unidos”, agerga Alejandro Eguía.

Un invento del entonces presidente de México, Luis Echeverría, la zona hotelera fue construída en los años 1970’s, cuando Cancún era solo un tranquilo pueblo de pescadores. En 1975 en la región no vivían más de 2 mil personas. Menos de 35 años después, la población ha alcanzado el millón de habitantes. La tasa de crecimiento urbano en la región de Cancún es de 9 por ciento por año, una de las tasas más altas en América Latina, de acuerdo con la oficina del alcalde. Con el objetivo de ganarse los dólares de los turistas y obtener empleo, habitantes de todo México llegan a Cancún para trabajar en una industria turística en pleno auge. La idea era construir no más de 200 hoteles y 1,700 cuartos de hotel para no impactar al medio ambiente. Hoy día existen más de 56 mil habitaciones de hotel, de acuerdo con la oficina del alcalde.

A pocos minutos de la zona hotelera, luego de pasar los condominios cerrados donde los ricos de la ciudad viven, la línea de hoteles de 5 estrellas comienza a desvanecerse en la noche oscura. Muchos de las docenas de “regiones” irregulares, o barrios, están concentrados en la parte norteña de la ciudad. Uno de ellos es la colonia Maracuyá. Localizada detrás de un mega centro comercial construído hace un año en la región, la colonia Maracuyá es actualmente el hogar de 200 familias.

A pesar de su condición empobrecida, la gente que vive en la colonia está tratando de hacer que el barrio sea tan saludable para ellos como puedan. Las señales del camino, que fueron puestos por los residentes en los caminos lodosos, son un ejemplo de la comunidad trabajando junta. A pesar de enfrentarse a las amenazas constantes de los agentes inmobiliarios, que quieren conectar las dos manzanas a cada lado de la colonia, la gente ha logrado mantener su colonia y alejar a aquellos que están interesados con apropiarse su tierra.

“Este es nuestro centro comercial”, dice un habitante local, apuntando a una tienda pequeña que ofrece desde pan hasta medicina. Otro ejemplo del trabajo que la gente ha hecho para desarrollar el área son los tanques de agua que están visibles al frente de la mayoría de las casas de la colonia. A pesar de todas las señales de buen trabajo, lo que trae de vuelta a la realidad en su contexto son los lugares que son parte de la vida cotidiana de cualquier barrio. Por ejemplo, cada día la gente de la colonia Maracuyá tiene que quemar plástico o pasto para alejar el fuerte olor que el basurero municipal extiende a su barrio.

“Vengo del estado de Veracruz” dice Rubí Argaez, residente por largo tiempo de Maracuyá. “Vine a Cancún con mis dos hijas esperando poder encontrar una vida mejor aquí, pero después de estar aquí por tanto tiempo, la ilusión se ha ido”. Trabajando en la industria de la construcción, y también a veces como mucama, Argaez dice que gana apenas lo suficiente para mantenerse a ella y a la educación de sus dos hijas. Aún así, tuvo muchas dificultades en que sus hijas fueran aceptadas en la escuela, ya que muchas escuelas requieren un certificado que compruebe su lugar de residencia, lo que no está a su disposición.

Rubí se vio forzada a dejar de trabajar directamente en la industria turística por las largas horas laborales—a una mesera, señala, se le puede pedir que trabaje turnos dobles o triples cuando un hotel está lleno y muy pocas veces tiene la oportunidad para negarse. “Tenía miedo de dejar a las niñas solas en casa por las noches”, dice ella.

Otro lado oscuro de Cancún puede encontrarse en el creciente número de suicidios que se han reportado en años recientes en regiones como Maracuyá. Quintan Roo ahora tiene una de las tasas de suicidios más altas del país, de acuerdo con Celina Izquierdo, profesora del Observatario de Violencia y Género de la Universidad de Cancún, encontró que hubo 126 suicidios rerportados en 2009, 77 de los cuales ocurrieron en Cancún. “Trabajos en los que la gente no tiene seguridad, movilidad, y tienen bajos salarios, generalmente confirman una tasa de desesperanza que puede preceder al suicidio”, comenta Izquierdo. El estudio muestra que más del 80 por ciento de aquellos que cometieron suicidio tenían trabajos con bajos salarios, y el 25 por ciento de ellos eran albañiles.

El abuso del alcohol es igualmente alto, según Izquierdo. En el 90 por ciento de los casos que investigó estaban bajo el influjo del alcohol cuando cometieron el suicidio. “La frustración es tan alta que la gente no ve otra forma de salir mas que suicidándose”, dice Izquierdo. Lo que es más, la universidad afirma que por cada suicidio, hay por lo menos otros 17 intentos.

Para Izquierdo, la cultura de la desigualdad es la clave: “No solo es el turismo. Podría ser una planta petrolera, por ejemplo, la que genera la desigualdad. Y también hay factores urbanos. Hay cuartos de lujo en la playa cuando hay muy pocos espacios públicos para que la población vaya a las playas que no están restringidas por los hoteles.” Hoy día, Izquierdo comenta, solo hay una playa en Cancún a la que se puede accesar fácilmente por mexicanos comúnes.

“Estás obligado a sonreír y a decir que es un placer servirles”, dice Alejandro Eguía Lis, también ex trabajador veterano de centros turísticos de México. “Les hacemos creer que todo es felicidad.”


Traducción del inglés por Fernando León

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