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“México se convertirá en una olla de presión... Y va a estallar”

Una entrevista con el Subcomandante Zapatista Marcos


Por Jo Tuckman
The Guardian

13 de mayo 2007

En una de sus entrevistas poco frecuentes, Marcos, el jefe rebelde zapatista, advierte que los esfuerzos de los Estados Unidos para asegurar su frontera sur están empujando hasta el límite a sus compatriotas pobres.

Una gota de sudor se deja ver a través de la abertura de su famoso pasamontañas negro. El rebelde viviente más celebrado de Latinoamérica debe de estar sintiendo el calor, pero un vaso de agua implicaría quitarse la máscara y eso es imposible. Se las arregla con una bocanada de su pipa, y con un tema que está cerca de su corazón.

“Mi nuevo libro sale en junio”, anuncia con regocijo el subcomandante Marcos durante la primera entrevista que le ha concedido a un periódico británico en años. “Esta vez no hay política en el texto. Sólo sexo. Pura pornografía”.

Ha existido un componente literario en el personaje revolucionario de Marcos desde que condujo al ejército indígena zapatista fuera de la selva del estado de Chiapas, en el sureste de México, el primer día del año de 1994. Empezó con comunicados líricos sobre los derechos de los indios mayas, atravesó por una etapa de sarcasmo mordaz y de injurias obscenas, y recientemente escribió una novela de crimen cuyo personaje principal era un detective rebelde.

Recaudación de fondos

Ahora, incluso su imaginación erótica ha sido aprovechada para recaudar fondos para la causa zapatista. “Estoy seguro de que se va a vender si le ponemos muchas “X” en la portada”.

Más aún, Marcos dice que su siguiente proyecto será un trabajo sobre teoría política, analizando las fuerzas que él cree están empujando a México hacia el levantamiento social. Desde las comunidades indígenas desposeídas que no tienen poder para detener las presas y los agronegocios que están destruyendo sus tierras, hasta los vendedores ambulantes expulsados de las banquetas para dar paso a los magnates que venden al pormenor, Marcos dice que los pobres y los explotados del país están muy cerca de su límite.

El antes marxista-leninista ortodoxo ahora gurú anti-globalización, quien él mismo no es indígena, vaticina que el poder subconsciente del año 2010 –el 200 aniversario de la guerra de independencia y el centenario de la revolución de México– encenderá una mecha colocada por los esfuerzos estadounidenses para asegurar la frontera bilateral, dejando a millones sin la posibilidad de escapar en busca de trabajos en el norte. “México se convertirá en una olla de presión”, dice. “Y, créanme, va a explotar”.

Marcos dice que los políticos, los medios, e incluso los académicos izquierdistas más dedicados de México, no están concientes de la radicalización que él ve hirviendo justo debajo de la superficie. Señala que ellos tampoco tenían idea de que la población indígena –supuestamente dócil– en Chiapas estaba a punto de iniciar una revuelta armada hace 13 años. Y esto a pesar de que la rebelión Zapatista no encajara en el molde tradicional de la lucha armada machista latinoamericana, o que Marcos se pareciera a los líderes rebeldes de otros lugares o sonara como ellos. Incluso el “sub” en su título –pensado para implicar una probable subordinación a un consejo de comandantes indígenas– subvirtió el concepto de disciplina militar empleado por la mayoría de las otras guerrillas armadas.

“Salimos de la selva para morir”, recuerda Marcos, acordándose de lo pobremente armados estaban sus soldados. “Sé que suena dramático, pero así fue”.

Los Zapatistas fueron repelidos por el ejército mexicano en unos pocos días, pero no antes de haber desencadenado una ola de simpatía en todo el país y en todo el mundo, lo que obligó al gobierno a declarar un cese al fuego, así como a aceptar las negociaciones de paz que eventualmente se derrumbarían.

En menos de dos semanas, los indios de Chiapas se convirtieron en una célebre causa internacional y su misterioso líder que usaba máscara, fumaba pipa y declamaba poesía, emergió como la aproximación más cercana hasta ahora del martirizado Che Guevara. No han peleado mucho desde entonces.

Un personaje poderoso

Sentado en un cuarto abrasador de un café Internet en la ciudad de México, Marcos admite que el mensaje de los primeros años a veces se perdía en la fascinación que inspiraba su personaje. Incluso confiesa que, ocasionalmente, deja que la fama se le suba a la cabeza. “Pero siempre existió el humor mordaz para decir: ‘bájale, acuérdate de que eres un mito, de que no existes realmente”.

Ciertamente, es un mito que ha perdurado a pesar de que la atención del mundo se ha centrado en conflictos más dramáticos y de la revelación, por parte del gobierno, de que el hombre detrás de la máscara es un antiguo profesor de filosofía llamado Rafael Sebastián Guillén.

Aún así, parece que el subcomandante siempre está mirándose a sí mismo por encima del hombro, lo que tal vez explica sus periodos de silencio casi total. El más largo de ellos fue en el 2001, poco después del llamado Zapatur, en donde el camión de Marcos viajó por el país acompañado de cientos de simpatizantes internacionales y de una escolta de policías.

Las elecciones acababan de terminar con 71 años de gobierno en manos de un solo partido en México y los Zapatistas habían decidido probar la nueva democracia con la petición de un proyecto de ley indígena. Cuando el gobierno ignoró la presión, los rebeldes regresaron a la selva y se concentraron en poner en práctica un auto-gobierno indígena, con o sin la aprobación constitucional. Marcos se perdió de vista, regresando cuatro años después con una nueva preocupación por construir alianzas más allá del movimiento indígena.

“Esta es la última batalla de los Zapatistas”, comenta sobre la estrategia, la cual se apoya en la decisión del gobierno de no reactivar las antiguas órdenes de arresto por temor a desencadenar más simpatía por los Zapatistas. “Si no la ganamos, nos enfrentaremos a una derrota completa”.

El objetivo específico del subcomandante en su actual gira por el país es consolidar la gran colección de grupos marginales de la izquierda conocidos como La Otra Campaña. Marcos espera que esta mezcla caótica de personas que van desde trasvestis radicales hasta sindicalistas marxistas eventualmente jugará un papel fundamental en condensar el descontento (que asegura muy pronto se desatará) en un movimiento civil organizado y no armado alrededor del principio del respeto a la diferencia.

“Pensamos que lo que va a pasar aquí no tendrá ningún ‘ismo’ para describirlo”. Su voz se vuelve nostálgica. “Será tan nuevo, hermoso y terrible que hará que el mundo voltee a ver a este país de una forma completamente diferente”.

Las urnas

Estas palabras podrían verse como contradictorias, tal vez, en una época en donde la izquierda ha tomado el poder en gran parte de Latinoamérica a través de las urnas, pero Marcos no está impresionado por las elecciones que él ve como un mecanismo para alternar el poder dentro de la élite. Entonces, mientras le da una señal de aprobación a Evo Morales en Bolivia por sus lazos con un movimiento indígena radical, describe a Hugo Chávez en Venezuela como “desconcertante”, y etiqueta al presidente Lula de Brasil y a Daniel Ortega de Nicaragua como traidores.

Los políticos de la derecha y la izquierda en México no reciben más que su desprecio. ¿Es más fácil argumentar la superioridad moral cuando tu cara está escondida?

Marcos reconoce que la máscara ayuda, aunque enfatiza que también es una carga. Puede picar y ser incómoda, y está tan entrelazada con su personaje revolucionario que quitársela en público, incluso durante unos segundos, sería el fin del subcomandante.

“Me quitaré la máscara cuando el subcomandante Marcos ya no sea necesario”, dice. “Espero que sea pronto para que al fin pueda convertirme en un bombero, como siempre he querido. A los bomberos les tocan las muchachas más bonitas”.

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