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Las ligeras imperfecciones de la era Uribe

Los conceptos de “Justicia” y “Paz” del gobierno colombiano a la luz de la masacre en San José de Apartadó


Por Laura del Castillo Matamoros
Columnista Editorial de Narco News

23 de marzo 2005

Hace unos días el presidente Uribe, durante una entrevista en la emisora “W radio”, a propósito del Proyecto de Justicia y Paz que actualmente se discute en el congreso, soltó una frase deliciosa, que seguro quedará consignada en alguna lista de sentencias colombianas célebres:

“Es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”.

Por supuesto, señor presidente, está usted en lo cierto. Evidentemente en Colombia, y sobre todo desde que usted se tomó el poder, “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”. En este punto, es posible establecer una discusión frente al sentido que encierra la frase en sí: para usted eso equivale a que hay que sacrificar ciertas cosas (la justicia), para lograr otras (la paz). Es más, permítame adentrarme un poco en los profundos pozos sin fondo del pensamiento uribista para entender de qué manera se apropia de estos conceptos.

Nada mejor que explicar dichos conceptos, a la luz de un hecho simpático, de actualidad, de esos que se mencionan durante un minuto en los medios de comunicación comerciales, justo antes de darle espacio a la sección de “entretenimiento” (que dura una hora). Pero para llegar a tal hecho es necesario enmarcarlo brevemente en cierto contexto histórico. Así, aquí vamos.

El hecho simpático

Resulta que en este eslabón perdido latinoamericano, mejor conocido como Colombia , existe un famoso golfo, mejor conocido como el Golfo de Urabá (abarca parte del departamento de Antioquia y parte del departamento del Chocó). ¿Que por qué es famoso? Sobre todo (¡pero sobre todo!) por sus riquezas naturales: oro, carbón, madera, gas, banano, etc. Todo esto muy propio, muy nuestro, muy colombiano (debe ser por eso que el Estado se las cede, casi gratis, a las multinacionales extrajeras, ¿no?).

Como ustedes podrán imaginarse, apreciados lectores, en esta región, desde hace muchos años hay una fuerte presencia del ejército y los paramilitares (quienes hacen JUSTICIA a su manera), que tienen una pelea a muerte contra la guerrilla (que también tiene su propia visión, muy peculiar de la JUSTICIA), por cuestiones de territorio, propiedad de los terratenientes y las multinacionales. La sociedad civil, en este caso, es una masa informe de personas que si no está con alguna de las partes del conflicto, sencillamente es enemiga de todos. Y si, entre estas personas (que por exigir JUSTICIA, automáticamente entran a ser acusadas de “pertenecer a la subversión”) hay activistas de derechos humanos, líderes campesinos, sindicalistas, etc., simplemente ya pueden dar por firmada su sentencia de muerte.

Bueno, el caso es que en la zona de Urabá que cubre el departamento de Antioquia, se ubica un pueblo llamado Apartadó. Dicho pueblo también es muy famoso por los muy pintorescos actos de barbarie que han tenido lugar en él, desde hace ya varios años (sobre todo en las zonas rurales que lo rodean), cometidos de manera muy elegante por los diferentes actores armados. Como ejemplos de eso tenemos torturas, masacres, desapariciones forzadas, bombardeos, asesinatos selectivos, desplazamientos masivos, etc. Ahhh, claro, y se me olvidaba, también es muy popular esta población porque fue uno de los más importantes centros de operaciones de las CONVIVIR, a mediados de los años noventa (las cooperativas de vigilancia privadas conformadas por paramilitares, debidamente legitimadas por esa alma de dios que es el presidente Uribe, quien en ese entonces era el gobernador de Antioquia).

En 1997, luego de que tantas muestras de cariño por parte de los sectores armados hacia la población civil hubieran generado el desplazamiento de 32 comunidades campesinas de la zona, y de que 11 de ellas tuvieran que permanecer allí debido a que no tenían a donde ir, se conformó la Comunidad de PAZ de un cacerío conocido como San José de Apartadó, donde se agolparon estas 11 comunidades, que contaron en ese momento con el apoyo de la iglesia y de varias organizaciones nacionales. La idea era agruparse en un territorio humanitario, donde no se permitiera la presencia de ninguno de los actores armados, donde ningún miembro de la comunidad tuviera la necesidad de armarse. Es decir la idea era mantenerse al margen de la guerra, para que así fuera posible vivir en PAZ.

Por supuesto esta iniciativa no fue del agrado de ninguna de las partes en conflicto. Tanto así que, desde que se conformó la comunidad de paz, más de 146 de sus miembros han sido asesinados, entre ellos varios líderes. Y pese a las denuncias, el Estado nunca respondió. Como quien dice, nunca dio muestras de querer hacer JUSTICIA. Seguramente era por aquello de que “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”. ¿No cree usted señor presidente?

Ahora sí, vamos con el hecho simpático: como, pese a la grave situación que enfrenta, la comunidad aún se mantiene en su posición de no permitir la entrada de los diferentes actores del conflicto, pues resulta que el pasado 21 de febrero (para escarmentar a tanto guerrillero en potencia, por supuesto, y para mostrar que la [in]seguridad democrática llega a los sectores más recónditos del país), según testimonios de 100 campesinos de la zona (respaldados por la ex alcaldesa Gloria Cuartas, por el sacerdote jesuita Javier Giraldo –director del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP) –, por diversas ongs del país, por las organizaciones internacionales que trabajan en la zona e, inclusive, por algunos sectores del congreso norteamericano), miembros de la Brigada XVII del honorable Ejército Nacional entraron caserío y masacraron a 5 campesinos adultos, entre los que se encontraba Luis Eduardo Guerra, conocido por importantes organismos internacionales (entre ellos, la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la OEA).

Y fieles a la tradición de la policía del régimen conservador, establecida durante la ola de violencia de los años 50, consistente en “no dejar ni siquiera la semilla” (cuando de matar campesinos liberales se trataba), estos valientes soldados de la patria no tuvieron inconveniente en actuar de la misma manera con un niño de 11 años, hijo de Luis Eduardo, y con otros dos de cinco y un año, hijos de una pareja campesina que figura entre los adultos asesinados. Según el estado en que se encontraban todos los cadáveres, fue posible comprobar que fueron torturados y, además, desmembrados… pero qué se le va a hacer… como “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”...

Por supuesto, en cuanto salieron las denuncias, enseguida el vicepresidente Pachito salió a dar la cara, preocupadísimo y compungidísimo (porque justo en esos días se estaba discutiendo en el congreso de Estados Unidos si se iba a certificar o no a Colombia en materia de derechos humanos), para decir que el gobierno lamentaba muchísimo lo sucedido, pero que eso no implicaba que se iniciara una “campaña de desprestigio contra el gobierno y el estado colombiano”.

Pero lo más conmovedor fue ver al Ministro de Defensa, Jorge Alberto Uribe, dándole un sentido pésame a las víctimas del conflicto. Eso sí, haciendo énfasis en que “la Fuerza Pública colombiana está hoy tranquila en que no fue ella la que cometió estos atropellos y estos crímenes, y está prestándole toda la colaboración a la Fiscalía y a la Procuraduría, en el esfuerzo por esclarecer estos hechos”. Pero, por supuesto señor ministro, la fuerza pública hoy está tranquila. Cómo no lo va a estar, si así se encuentren pruebas que inculpen a los soldados de la brigada XVII del ejército frente a la masacre no se va a hacer nada al respecto. Me imagino, ministro, que usted también debe saber bien que en este país “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”. ¿O me equivoco?

Y las Fuerzas Militares, absueltas de toda culpa y bañadas en un manto de inocencia, declararon con mapa en mano que sus hombres se encontraban a dos horas de la población el día que ocurrieron los hechos y que los únicos hombres armados que se encontraban en la zona pertenecían a un frente de las FARC y que, por tanto, fueron las FARC quienes llevaron a cabo la masacre. La posición del ejército fue apoyada por el director seccional de fiscalías de Antioquia, Francisco Gálviz, quien aseguró que “las FARC usan la comunidad de paz como sitio de descanso y veraneo”. Eso sin contar que existe el testimonio de un supuesto reinsertado de las FARC que operaba en la zona y que asegura tener conocimiento de que Luis Eduardo, el líder asesinado, había formado parte de las FARC, y que quería dejar la comunidad por amenazas de este grupo armado contra su vida. Además, dice el ejército, que es muy extraño que la comunidad guarde silencio ante lo sucedido.

A ver: uno puede acusar a las FARC de muchas cosas, menos de que no sean capaces de reconocer sus crímenes. Esta vez lo negaron. Lo niegan los miembros de la comunidad, la ex alcaldesa Cuartas, el sacerdote Giraldo y los organismos internacionales que trabajan en la zona. Ni Luis Eduardo quería dejar la comunidad, ni las FARC utilizan la comunidad como sitio de descanso. Es más, la propia comunidad acepta que este grupo armado ha cometido atropellos contra ella. Pero asegura que esta vez no tuvo nada que ver con el asunto. Por tanto aseguran que las supuestas pruebas del ejército no son más que montajes para oscurecer las investigaciones. Entre tanto, Gloria Cuartas y Javier Giraldo aseguran que no piensan hablar ante ningún organismo de control del Estado como un acto de objeción de conciencia ante el hecho de que en este país los testimonios, al final, son manipulados y tergiversados por las propias autoridades. Los miembros de la comunidad, entre tanto, no quieren hablar por la misma razón (dicen que sólo están dispuestos a dar declaraciones ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos) y porque, además, de paso, los pueden matar (los mismos soldaditos inocentes de la patria que mataron a Luis Eduardo y a sus otros vecinos). Cosa que es muy probable en un país donde todo se arregla a las malas y en donde “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”

Como anillo al dedo

Pero no hay que ser pesimistas. Algún beneficio debe haber en todo esto. Claro que sí... el beneficio obtenido por el gobierno, que aprovechando las acusaciones que van y vienen contra las FARC ha decidido que la fuerza pública ingrese, a como de lugar, no sólo a San José de Apartadó, sino a todas las comunidades de paz que se encuentren a lo largo y ancho del país. Todo porque según el presidente Uribe: “es inadmisible que se impida el ingreso al Ejército a algunas zonas del país porque es como poner al Estado al mismo nivel de las guerrilla y los paramilitares” (señor presidente, no se ofenda, pero en Colombia el Estado sí está al mismo nivel de la guerrilla y los paramilitares e, incluso, está un poquito más abajo); porque según el Ministro de Defensa: “no podrá haber comunidades de paz sin presencia de la fuerza pública” (¿la presencia de la fuerza pública garantiza la paz, acaso, señor ministro? Raro. Porque son cada vez más abundantes los informes de las organizaciones de derechos humanos donde se denuncian atropellos por parte del ejército en diferentes regiones del país).

Lo más extraño de todo esto es que al gobierno se le haya despertado de un momento a otro el instinto protector. Dice el presidente que en “una patria maltratada por guerrilleros y paramilitares” es absolutamente necesario que estén presentes el ejército, la policía y la justicia. Pregunta: ¿Dónde estaban la policía y el ejército (durante estos dos años que el presidente Uribe ha estado en el poder), cuando los organismos internacionales solicitaron la protección del gobierno al comprobar que San José y otras comunidades de paz estaban siendo (y aún lo están siendo) prácticamente desangradas por los paramilitares? ¿Dónde estaba el Estado? ¿Estaría ocupado en ese momento el gobierno inventándose acuerdos de paz para favorecer a esos mismos paramilitares, quizá?

Pero, a pesar de todo, la Comunidad de Paz de San José de Apartadó se mantiene en su posición: “No vamos a convivir con nuestros victimarios”, dicen sus habitantes. Y están decididos a abandonar el territorio si es necesario. Pero para el invencible ejército nacional eso no es problema. Allá va a llegar con sus aviones, sus tanquetas, sus hombres convencidos de que son la encarnación de Rambo, sus equipos de altísima tecnología, mostrando, a las malas, que el gobierno de Uribe es simplemente omnipresente y que esta dispuesto a hacer JUSTICIA. Y si para eso hay que acabar con una población entera, pues se acaba. Al fin y al cabo “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”. Sobre todo cuando en la era del uribismo la palabra “justicia” se parece más a otras como por ejemplo “ajusticiar”, “justicia privada”, “ejecuciones extrajudiciales”. Y cuando la paz es eso que el gobierno pretende negociar con los “paras” y que suena más como a “impunidad”, “silencio”, “represión”, “obediencia” o, aunque suene descabellado, a “guerra”.

Pero claro… el presidente aún tiene quien lo entienda. De hecho, el primero de marzo, el Departamento de Estado de Estados Unidos mostró en un informe que Colombia había tenido un progreso significativo en los indicadores de derechos humanos. Por supuesto, esos mismos indicadores que no muestran los casos que nunca se denuncian o que si se denuncian se archivan. Pero lo más curioso es que se haya dado a conocer este informe días después de la masacre en San José. Recuerden ustedes, apreciados lectores, que el gobierno de Colombia quiere obtener a toda costa la certificación de Washington en materia de derechos humanos.

Una lástima: el informe de las Naciones Unidas no fue tan laxo y el proceso de la certificación se estancó. Más aún, cuando la OEA y un grupo de congresistas norteamericanos están exigiendo que se aclare lo sucedido en San José. Por alguna extraña razón el Departamento de Estado parece ser la única instancia de Washington que parece entender algo tan simple como que “es imposible encontrar una ecuación perfecta entre justicia y paz”.

Pero, Doctor Uribe, no se extrañe tanto, al fin y al cabo usted sabe, lo entiende mejor que nadie:

Nada es perfecto.

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