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Reporteras del NY Times y del Washington Post acusan de narcos a texanos desaparecidos

“Es falso”, dice el padre de una mujer de Laredo desaparecida


Por Al Giordano y Bill Conroy
Especial para The Narco News Bulletin

29 de enero 2004

La semana pasada dos reporteras –una del New York Times y otra del Washington Post- fueron el mismo día a la ciudad fronteriza de Laredo, Texas, para entrevistar a la misma gente… acerca de una historia que ya tenía cuatro meses de vieja.

La corresponsal del Servicio Extranjero del Washington Post Mary Jordan fue la primera en sacar su nota, “Americans Vanish in Mexican Town” (“Americanos se desvanecen en pueblo mexicano”), el sábado pasado. Le siguió un día después la jefa de la oficina en México del New York Times Ginger Thompson, quien firmó “Sleepy Mexican Border Towns Awake to Drug Violence” (“Dormidos pueblos en la frontera con México se despiertan a la violencia de las drogas”).

Ambas notas recontaban las desapariciones de varios ciudadanos estadounidenses, principalmente de la ciudad de Laredo, Texas (un “pueblo dormido” más bien legalmente clasificado como una ciudad de 176,576 habitantes), que habían sido vistos la última vez cruzando la frontera cerca de México.

Los reportajes de los periódicos, en un mundo mejor, podrían haber salido en apoyo de las consternadas familias, para ayudarlas a encontrar a sus seres queridos, o al menos para descubrir que fue de ellos. Ese tipo de reporteo incorporaría el tipo de servicio público que el periodismo debería defender a nombre de la gente relativamente sin poder que lleva cargas increíblemente pesadas. Dios sabe que hay miles de familias desesperadas buscando ayuda y atención para romper el silencio que padecen.

Hay, de hecho, 97,297 personas consideradas como desaparecidas de los Estados Unidos, de acuerdo con la cifra nacional más reciente disponible (de 2003) del Buró Federal de Investigaciones (FBI). Alrededor del 44 por ciento de ellas son adultos y el 56 son menores.

El estado de la estrella solitaria tiene una porción del tamaño de Texas de esas personas desaparecidas, según Susan Burroughs, de la Oficina de Personas Desaparecidas del Departamento de Seguridad Pública de Texas: 6,927 texanos han desaparecido hasta el 31 de diciembre de 2004.

Así que cuando las familias de Brenda Y. Cisneros y otros residentes de Laredo que están desaparecidos (las familias crearon una página web para buscar y encontrar a sus seres queridos: www.laredosmissing.com) escucharon que dos corresponsales de los grandes periódicas nacionales, del Times y del Post, llegaban para escuchar sus historias el mismo día de la semana pasada, abrieron sus hogares y sus corazones a esas periodistas.

Ginger Thompson del Times y Mary Jordan del Post procedieron a publicar artículos prácticamente idénticos –cada uno descuidadamente dependiente de las afirmaciones no sostenidas de una sola fuente, el consul estadounidense del otro lado del puente, en Nuevo Laredo, México- que injustamente relacionaron los casos de las personas desaparecidas de Laredo con el narcotráfico.

Hoy, como resultado, las familias, además de continuar en la búsqueda de sus hijos, tienen que defender a sus seres queridos silenciados nacional e internacionalmente de campañas de calumnias que sugieren que sus desaparecidos, también están involucrados con traficantes de drogas.

Los artículos claramente no ayudan a la causa de las familias. ¿Pero entonces a quién sirven? ¿A la verdad?... ¿toda la verdad?... ¿y nada más que la verdad? ¿De veras?

¿O los artículos esos “periódicos récord” nacionales eran parte de una campaña mediática orquestada para inventar una historia muy diferente, en la que las reputaciones de estas familias y sus desaparecidos fueran arrastradas al lodo como una suerte de “daño colateral” en la guerra de informaciones conocida como “guerra contra las drogas”?

Es el amanecer de las elecciones presidenciales de 2006 en México, amigos. Y los cuerpos de prensa de los Estados Unidos, repitiendo la historia de 1988, 1994 y 2000 en las elecciones mexicanas, ahora salen para encontrar un narco vínculo en cada nota que publican o transmiten acerca del vecino país del sur.

Como el otro día comentó la periodista mexicana Carmen Flores, de la cadena de diarios mexicana El Sol, específicamente sobre los artículos de Thompson y Jordan:

Cuatro años le tomó al Post y al Times nuevamente denunciar el poder del narcotráfico en México, lo que hacían regularmente durante las presidencias de México en poder del PRI, sobre todo en las últimas tres, las de Miguel de la Madrid, Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Con Fox, al igual que el gobierno de George W. Bush, estos dos periódicos se habían olvidado del narcotráfico mexicano y las notas que sacaron al respecto en los primeros cuatro años del foxismo, fueron solamente para aplaudir a la Presidencia panista en sus acciones contra el crimen organizado, sin tomar en cuenta que la corrupción por narco y el poder de los capos seguían expandiéndose al mismo nivel que los años anteriores, como cuando llegaron a señalar que México estaba a punto de convertirse en una narcodemocracia.

Hay ciertamente historias de la guerra contra las drogas para reportar y contar al sur de la frontera (como también las hay al otro lado del Río Bravo). Este periódico, Narco News, intenta mirar más allá de la superficie, en la profundidad de esas historias. Las primeras salvas disparadas desde el Times y el Post, por otra parte, son tan superficiales que invitar a un mayor escrutinio.

Las pretensión de fondo en ambas historias –apoyadas solamente por declaraciones insustanciales de funcionarios estadounidenses- era que si había problemas en la frontera, los narcotraficantes deberían ser responsables. Los narcos son un chivo expiatiorio fácil. La pretensión juega con temores ampliamente establecidos en Estados Unidos de que México es supuestamente una tierra más peligrosa y criminal. Principalmente, al igual que las ficciones de armas de destrucción masiva publicadas por ambos diarios constituyeron apoyo para la invasión de EU a Irak sobre bases falsas, Thompson y Jordan levantan el escenario para una intervención estadounidense de mano dura (incluyendo manoseos mediáticos) en las campañas electorales por venir en México. El pretexto ahora, como antes, es lo que Thompson llama cínicamente “la guerra de drogas en México”, contra la que advierte a los temerosos gringos, “ha comenzado a moverse al norte de la frontera”.

Para lograr esto, las reporteras pasaron por encima de las reputaciones de Brenda Y. Cisneros y otros como ella: ya acallados previamente.

Pero eso no es todo, queridos lectores: la intención completa de las notas en ambos periódicos –que “abducciones” de estadounidense a lo largo de la frontera mexicana tuvieron que ver con el trabajo de traficantes de droga- es, de acuero a profesionales en persecución judicial fronteriza entrevistados por Narco News, cuando menos especulativa.

De acuerdo a cuatro agentes y ex agentes, es extremadamente difícil que narcotraficantes estén secuestrando al azar (y no ricos) norteamericanos –por razones obvias que cualquier reportero inteligente cubriendo la frontera entre EU y México, o la guerra contra las drogas, habría comprendido y relatado en su historia: razones que, con la ayuda de fuentes judiciales, explicaremos en este reportaje.

Gente inocente ha sido maltratada. Ahora le toca a los consumidores de noticias y a los periodistas auténticos dar una mirada más de cerca al flemático “producto noticioso” tosido por la mujer del Times Ginger Thompson y la del Post Mary Jordan, y deconstruir sus casi idénticos artículos para descubrir las agendas ocultas, a los poderosos manipuladores mediáticos que las alimentan y los motivos de intereses especiales de hacer afirmaciones basura contra gente relativamente sin poder, que ahora ha sido victimizada por segunda ocasión por estas mercenarias del Cuarto Estado.

Un reportaje de la Oficina de Periodistas Perdidos

“Las dos reporteras llegaron el mismo día”, dice Pablo Cisneros a Narco News en su nativo español. “Les contamos nuestra historia”. Toma una pausa y suspira, su tristeza es evidente: “Decidieron imprimir una diferente”.

Pablo es el padre de Brenda Y. Cisneros, quien ha estado desaparecida desde el 17 de septiembre de 2004 –cuando cumplía 23 años- junto con su amiga Yvette J. Martínez, de 27 años, también originaria de Laredo. Las dos mujeres cruzaron la frontera hacia Nuevo Lareso hace más de cuatro meses para celebrar ese cumpleaños y nunca más fueron vistas.

La fácil explicación de Ginger Thompson para estas y otras desapariciones en la región es que “La guerra de drogas en México ha comenzado a moverse al norte de la frontera”.

Esa especiosa afirmación apareció durante cinco párrafos en una nota aparentemente sobre personas perdidas. La sensacional frase –cuidadosamente escogida para “asexuar” la nota e invocar el miedo entre los ciudadanos estadounidenses al narco coco mexicano- es soltada dentro de la historia completamente fuera de contexto. Thompson no ofrece evidencias de algún involucramiento con la “guerra de drogas” en la desaparición de la gente que retrata. Pero va una y otra vez a eso sin importarle:

En meses recientes, la lucha entre los más poderosos cárteles de México ha desatado una ola de violencia que en ocasiones ha convertido las calles en campos de batalla y las plazas fueron tomadas por pistoleros lanzando granadas y disparando armas de asalto.

Esa declaración no tiene conexión conocida con el caso de las personas desaparecidas de Laredo; de todos modos, Thompson parlotea:

Funcionarios judiciales mexicanos reportan un agudo aumento en los asesinatos y secuestros mientras los líderes de los cárteles luchan por el control de su codiciado rincón de la frontera.

En lo que Thompson decepcionantemente fracasa es en revelar que los “asesinatos y secuestros” que realizan los narcotraficantes son casi siempre, de acuerdo a agentes de la ley, de unos contra otros, no contra los visitantes gringos, y cuando un turista estadounidense es secuestrado, usualmente es una persona rica, y los secuestradores siempre contactan a la familia buscando rescate (algo que no ha ocurrido en los casos de Cisneros y otras personas desaparecidas de Laredo mencionadas en los artículos).

Thompson llega a decir:

Funcionarios estadounidenses han advertido que narcotraficantes mexicanos con identificaciones falsas han tomado residencia del otro lado de la frontera, en los Estados Unidos.

Pero esperen: ¿qué tienen que ver los narcos residenciados al norte de la frontera con los supuestos “secuestros” al sur de la frontera? El argumento es ilógico, pero por ahora el incauto lector ha sido provisto con imágenes vívidas y violentas que sugieren fuertemente que algo tienen que ver con las personas desaparecidas de la historia.

En 1,159 palabras publicadas, Thompson no demuestra nexos concretos entre las drogas y las desapariciones, basándose solamente en algunas vagas afirmaciones de funcionarios gringos que son enteramente especulativas en tono y contenido.

Es como si Thompson juntara dos historias separadas –una sobre la guerra de drogas, la otra sobre personas desaparecidas-, al estilo como los poetas William Burroughs y Brion Gyson (¡ambos en drogas en ese tiempo!) cortaban frases de textos diferentes y las pegaban juntas fuera de orden. Pero Thompson y sus editores del Times, en vez de etiquetar su prosa como un proyecto de artes y remitirlo al Consejo Nacional para las Artes en busca de una beca, publicaron el incoherente desvarío como “noticia” (si el pasado es el prólogo, tal vez también remitan esta basura al comité del Pulitzer).

Confundiendo la historia todavía más, Thompson se refiere a los casos de estas personas desaparecidas como a “secuestros”, sin que ningún familiar de Laredo cite demanda alguna de rescate. Estas personas desaparecidas y sus familias no son ricas. Así que ¿por qué fueron secuestradas? He aquí una gran pista: los secuestradores lo hacen por dinero (y aquí hay otra: los narcos también están en el negocio de drogas para hacer dinero).

En cambio, Thompson cita un solo caso que tuvo lugar a 166 millas de Laredo: un doctor de Brownsville, Texas, fue secuestrado en la ciudad mexicana de Matamoros en diciembre pasado, y fue liberado días después, luego de que su familia pagara un rescate de 88 mil dólares. Ahora, eso es un secuestro de a de veras. Es como un millón de pesos: una millonada para casi cualquier policía o ladrón mexicano, excepto para los narcotraficantes, para quienes es apenas cambio. Y eso, también, puede haber sido una historia interesante, pero no tiene relación alguna con lo de las personas desaparecidas de Laredo.

No sabemos que está tomando Ginger Thompson mientras escribe acerca de la guerra contra las drogas, pero ¡queremos un poco! Miren lo que escribió a continuación:

A menudo, el (no mencionado) agente (del FBI) dijo, los secuestros los hacen los de la policía municipal, quienes trabajan secretamente para los narcotraficantes. Los oficiales presionan a sus víctimas por infracciones de tráfico rutinarias y se los llevan.

Nada de eso es sobre los casos que se supone está reportando. Si Brenda Cisneros y los demás fueron “secuestrados”, ¿dónde está la condenada nota de rescate?

El otro tenue nexo a la “guerra de las drogas” con la nota de Thompson vino solamente en la forma de un airado desmentido de los familiares de los desaparecidos a una distorsión lanzada por alguna agencia policiaca mexicana. En otras palabras, imprimió el desmentido sólo para presionar con su insustancial acusación –una afirmación que no obtuvo de ninguna otra fuente off the record- dentro del texto de la nota:

Los que han hecho denuncias sobre personas dijeron que en vez de investigar a los responsables de los secuestros, las autoridades mexicanas acusaron a las víctimas de drogas.

Thompson utiliza así el dolor de las familias (quienes, después de todo, no son entrenados secretarios de prensa como los criticones de la embajada de los que toma dictado) para dar alimento y convertir lo que debería haber sido una historia sobre personas desaparecidas en otra llena de clichés sobre el “narco” en la frontera.

La reportera del Washington Post Mary Jordan, en Laredo el mismo día que la del Times, no hizo su reportaje mejor (el equipo Jordan-Thompson nos recuerda mucho el día en que el jefe de redacción de Narco News, Dan Feder, atrapó al hombre del New York Times Juan Forero y al del Los Angeles Times T. Christian Miller firmando la misma nota con las mismas fuentes en los suburbios de Caracas en 2003).

Así que no sorprende que Jordan terminara difundiendo la misma distorsión que Thompson repetiría al día siguiente en el Times.

El Post abrió con la desaparición de Brenda Cisneros en septiembre pasado, y le tomó apenas cuatro párrafos llegar a la calumnia de narco sobre las aparentes víctimas:

Un funcionario estadounidense dijo que mientras algunos desaparecidos parecen ser víctimas inocentes, la mayoría estaba probablemente involucrada con narcotraficantes.

“Es falso”, dice Pablo Cisneros, con cuatro meses de pena, sobre la mancha de narco que Jordan y Thompson lanzaron sobre su hija y otros seres humanos de Laredo igualmente desaparecidos. La idea de que narcotraficantes o caza recompensas estén detrás de la desaparición de su hija es descartada por Cisneros, quien establece las razones obvias por las que pudo ocurrir, al menos para cualquier padre en ambos lados de la frontera. “Si una chica linda desaparece, todos sabemos las razones que pueden existir”.

Para el padre de la chica, la calumnia de narco de las bien pagadas reporteras, que deberían saber mejor sobre las consecuencias de publicar distorsiones sobre personas sin poder (o desaparecidas), solamente causó más dolor a él y su familia sobre la pesada carga que ya llevan encima.

El hombre tras la cortina

Ambas periodistas, en este abuso a ciudadanos comunes, citaron un solo hombre, un empleado del Departamento de Estado, como su fuente oficial: el cónsul estadounidense en Nuevo Laredo, Michael Yoder.

Según la versión del Post:

Michael Yoder, el cónsul estadounidense acá, dijo que una banda de narcos mexicana llamada los Zetas, compuesta por comandos ex militares que desertaron del ejército mexicano, ha caído repetidamente en el negocio del secuestro por rescate, y un funcionario del FBI dijo que creía que las bandas de narcos usaban los secuestros para conseguir más dinero luego de una caída del negocio, tal como una gran incautación de droga.

Nuevamente, si lo que se pretendía era un secuestro, como afirma Yoder, ¿por qué los Cisneros y otras familias no recibieron alguna exigencia de los secuestradores?

El padre de la aparente víctima no es la única fuente que duda de la veracidad de las notas del Times y del Post.

Un ex agente de la DEA que conoce la región fronteriza dijo a Narco News:

Mi intuición es que [el secuestro de estadounidenses] es algo de lo que los narcotaficantes deberían huir. [Su involucramiento] simplemente no tiene sentido.

Agreguen a eso el testimonio de un funcionario activo del Departamento de Seguridad Interna, también hablando anónimamente (porque, después de todo, contradecir la difusión de una distorsión hecha por altos cargos en la burocracia gubernamental estadounidense no es generalmente el mejor camino a un ascenso en su carrera). El funcionario dijo a Narco News:

¿Por qué los narcotraficantes atraerían la atención sobre ellos cuando esto afecta sus ganancias? Ahora hay más persecución policial en la frontera, así que ¿por qué atraer esa presión? No parece tener sentido.

¿Por qué los narcotraficantes sacrificarían su dinero en contratar policías para secuestrar y asesinar estadounidenses? ¿Qué reciben a cambio?... [En México] el secuestro de estadounidenses, la mayoría desconocidos, no genera precisamente mucha lana. ¿Para qué pagar policías para matar estadounidenses? Tiene que ser más complicado. No hay beneficios a conseguir.

Un tercer agente con amplia experiencia en la frontera, el agente especial en supervisión de la Aduana de Estados Unidos Mark Conrad, especula que pudo haber algún probable nexo con el narco en las desapariciones, pero en una forma totalmente diferente a la que Thompson, Jordan y sus fuentes del gobierno han retratado.

Conrad anota que los asesinatos (o desapariciones) de ciudadanos de Estados Unidos en el lado mexicano de la frontera deberían ser prioritarios para las agencias policiales estadounidenses, forzando a las corporaciones mexicanas y estadounidenses a sacar recursos de las investigaciones de contrabando y antinarcóticos para investigar las desapariciones:

Si la gente desaparece, tiene más prioridad que las drogas.

Tal vez para las agencias policiales las personas desaparecidas son prioridades más altas que las drogas, pero aparentemente no es así para Thompson o Jordan o sus periódicos.

Thompson y Jordan, sus periódicos, y las fuentes del gobierno de los Estados Unidos que las alimentan con una historia raída pero sexy (en la versión de lo que “sexo” sea para una persona del Times) , abusaron de las familias y de los desaparecidos como de peones en otra agenda: la que busca iniciarse no en las ciudades de Laredo o Nuevo Laredo, cruzando la frontera con México, donde ocurrieron las desapariciones, sino más bien sobre la opinión pública estadounidense en el albor de la campaña presidencial mexicana del 2006.

“La guerra de drogas en México” ¡va al norte! Es una “historia noticiosa” simulada. Y es tan de temporada como la llegada de las golondrinas a San Juan Capistrano, excepto que ocurre no anualmente sino cada sexenio: para justificar el entrometimiento de Estados Unidos en los procesos democráticos de México, la nación al sur que debe ser pintada frente al público estadounidense como un plato de Petri por un “problema de drogas” que, convenientemente, cada sexenio, es expuesto como un contagio que está a punto de desbordar la frontera y desplegarse hacia el norte.

La calumnia de narco contra México

“La guerra de drogas de México” (Thompson dixit) involucra principalmente el tráfico de cocaína, y décadas de esfuerzos fallidos para detener su flujo al norte.

Como los lectores de Narco News saben, la cocaína es una droga procesada que viene solamente de la hoja de coca, un arbusto que no crece en México. Es la desafortunada geografía de México la que hace de este país de 100 millones de personas la raya entre la hoja de coca de Sudamérica y la nariz del gringo.

De este accidente geográfico ha surgido la completa mitología acerca de los misteriosos y criminales “cárteles” que supuestamente manejan el comercio de cocaína, pero que son poco más que fluidas, a menudo temporales, organizaciones que apenas embarcan el producto y sobornnan a las autoridades en ambos lados de la frontera entre México y Estados Unidos. La mayoría de las ganancias van a los banqueros y lavadores de dinero que los medio consideran ciudadanos “respetables” en ambos países. Las narco organizaciones mexicanas son poco más que pandillas que llevan el producto del punto A al punto B.

La “guerra de las drogas” es la llave con la que Washington y Wall Street –los verdaderos beneficiarios de la prohibición al comercio de drogas- exitosamente cerraron el candado de la democracia mexicana en 1988, en 1994 y otra vez en 2000... y ellos deberían saberlo –con la entusiasta ayuda de “periodistas” como Thompson y Jordan, lo intentan nuevamente para el 2006.

Con México yendo a lo que debería ser su batalla presidencial más democrática (y una en la que el alcalde de centro izquierda de la ciudad de México Andrés Manuel López Obrador lidera las encuestas de opinión, para desazón de Condoleeza Rice y compañía), esperen más de este tipo de “historias noticiosas” en las que todo lo mexicano será ahora aderezado no con chile, sino, más bien, con una salsa periodística llamada “narco” (También hay una historia a ser contada, sobre los próximos 18 meses, sobre dicho proceso democrático. Para algo de verdad dicha sobre la elección presidencial por venir en México, en inglés, vean este reciente análisis, muy lejos de las rotativas, de Alejandro Macías del Consejo sobre Asuntos Hemisféricos).

Este periódico en línea, Narco News, se partió los dientes durante las elecciones presidenciales de 2000 en México. Reportar la verdad sobre la corrupción bilateral en la guerra contra las drogas hizo que nos demandaran, pero fuimos reivindicados por la corte. Ganamos para nosotros –y para otros por extensión- las primeras protecciones de la Primera Enmienda para periodistas por Internet como un resultado no buscado de ese ataque de los poderosos.

La publicación de esas notas en 2000 (y en 1999, antes de la primera publicación de Narco News, en The Boston Phoenix) nos llevó a un conflicto directo con el precedesor de Thompson en el Times –el desafortunado Sam Dillon-, quien cayó en junio de 2000 y no ha podido levantarse desde entonces. Y, bueno, si los chavos y chavas grandes en los pasillos del gobierno, la banca y los grandes medios quieren ir al mismo baile en 2005 y 2006, permítannos despertar a la banda de verdadero reporteo sobre este asunto una vez más, como repetición.

Después de todo, cuando Ginger Thompson del New York Times cita al editor Ramón Cantú Deandar, del periódico mexicano El Mañana (un diario que perdió un reportero, dice ella, por un narco asesinato) hablando de la cobertura de su periódico de la guerra de las drogas, “Nos censuramos nosotros mismos”, no ha encontrado nada menos que una vocero voluntario para que el propio New York Times explique su propia autocensura cuando escribe de las “guerras de las drogas” de Estados Unidos y México.

“La guerra de las drogas está perdida”, dijo Cantú al Times. “Estamos solos. Y no quiero poner a nadie más en riesgo por una realidad que no va a cambiar nunca”.

Tales afirmaciones de una realidad “que nunca va a cambiar” son el procedimiento operativo estándar para el Times y otros guardianes de la información. No quieren que cambie.

La droga como metáfora

Un mito fundacional, que sostiene que la “guerra contra las drogas” en la opinión pública estadounidense, es la idea de que las “drogas” vienen de “fuera” del país a los Estados Unidos. Básicamente, es una metáfora de la enfermedad: que el contagio de “afuera” amenaza con infectar al supuestamente sano organismo en la forma de un país.

Olviden que los Estados Unidos es el mayor productor del mundo de metanfetaminas (la droga ilícita elegida en muchos de los estados republicados de “Estados Unidos central”), de “drogas de diseño” (como la MDMA o “éxtasis”) y de marihuana (para no mencionar el papel de los gringos como los mayores exportadores de tabaco y medicinas). El foco de los medios sobre la cocaína, una droga conveniente para el mito porque su planta fuente –el arbusto de coca- no puede crecer en tierra continental estadounidense (aunque la empresa Coca Cola está legalmente permitida para cultivarla en Hawai).

En todo caso, estimados lectores, tengan piedad de simuladoras como Ginger Thompson y Mary Jordan, y de sus editores. Es difícil vender noticias impresas en los Estados Unidos, donde la circulación de periódicos continúa cayendo. Es aún más difícil venderlas basadas en lo que pasa en México y otras tierras latinoamericanas. La violencia entre policías y criminales, compitiendo por el contro de rutas específicas para la droga y los mercados, es simplemente de poco interés para una población condicionada a ser inmune a cualquier dolor que no esté etiquetado como “estadounidense”. Y muchos de los que están poniendo atención a través de las fronteras nacionales están obteniendo ahora su información vía Internet.

Así que, mientras las elecciones de México en 2006 se acercan, agárranse por las nuevas historias en los medios estadounidenses, buscando todos y cada uno de los ángulos que retraten la “guerra de las drogas en México” como rebasando la frontera y dirigiéndose al norte… otra condenada “arma de destrucción masiva” intentando influir en la opinión pública para tolerar acciones contra la democracia en México.

¡Por Dios! Si México continúa marchando hacia la democracia, bien puede diseñar su propia política de drogas, más consistente con los deseos y aspiraciones de su propio pueblo.

Como el investigador de la guerra de las drogas en México Jorge Chabat dijo a Hugh Dellio del Chicago Tribune este mes:

Esta es una buena oportunidad para repensar la guerra contra las drogas… el gobierno de los Estados Unidos ha dicho a México por años que arreste a los grandes capos. Bueno, ahora México ya hizo eso, ¿y sabe qué? Nada cambia.

Chabat, al igual que muchos mexicanos, no dice “nunca va a cambiar”. De hecho es uno de los muchos que abogan por un cambio acá. Dice, más bien, que nada cambia hasta que la politíca cambie. Y que los guerreros de la droga estadounidense temen que si la democracia se instaura en México, tarde o temprano el país va a marcar su propio rumbo en la política de drogas. Así, para prevenir esta ola democrática, todo y todos en México deberán ser acusados de estar involucrados con tráfico de drogas –inclusive las indefensas personas desaparecidas del norte-, todo para justificar la mala idea de “prohibir” las drogas, una idea cuyo tiempo ha pasado ya.

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