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Miles se movilizan en Los Ángeles para impedir la destrucción total de la huerta comunitaria del área Sur Centro

“¿Por qué estás ayudando a arrancar la vida, el alimento de los niños y de la gente pobre?”


Por Margarita Salazar
El Otro Periodismo con La Otra Campaña en el Otro Lado

14 de junio 2006

Los Angeles, California.- Una enorme nube de polvo levantan tres máquinas buldozers que comenzaron a destruir la milpa, las flores, las plantas medicinales, los vegetales, las frutas y algunos de los 600 árboles que durante más de 14 años han sido cultivados con dedicación, amor y trabajo por los campesinos –en su mayoría inmigrantes mexicanos-, en el enorme jardín comunitario conocido como la Granja del Sur Centro.

Los ayunos, oraciones, cantos, pinturas, gritos y lágrimas que desde hace varias semanas se han expresado en defensa del terreno, no pudieron parar la ambición del capital corporativo que pretende acabar con este pulmón de la ciudad para construir, en su lugar, grandes bodegas de almacenamiento. Hoy comenzó el desalojo de las familias y la destrucción de los cultivos.

Tampoco se pudo detener a alrededor de 300 elementos del Departamento del Sheriff y a cientos de agentes de la policía angelina que rodearon el terreno de 14 acres en el que se encuentran diversos cultivos trabajados por 350 familias (la mayoría de los campesinos son mexicanos pero también hay salvadoreños, guatemaltecos, hondureños, costarricenses y hasta una que otra persona de origen asiático).

Pasadas las 5:00 de esta mañana, los cien escudos humanos que resguardaban el terreno fueron despertados por elementos del Departamento del Sheriff del condado angelino, quienes les dieron 15 minutos para abandonar el lugar o de lo contrario, ser arrestados.

En el momento del desalojo, en el terreno había hombres, mujeres, niños y personas de edad avanzada (todos contaban con espacios de unos 20 por 20 metros donde tenían sus siembras y hortalizas); también había varios ambientalistas anglosajones que desde hace varias semanas participaban resguardando el lugar.

Alrededor de 66 defensores del jardín fueron detenidos cuando se resistieron a salir (algunos de ellos son adherentes de La Otra Campaña, entre ellos Sharis Delgadillo, Ana Isabel y Martha, todas integrantes del Comité Pro Democracia en México); 39 de los arrestados estaban dentro de la granja y 27 eran personas solidarias que protestaban en uno de los dos puntos en los que se concentró la movilización.

Muchos de los activistas reaccionaron pacíficamente pero no obedecieron la orden de desalojo del Departamento del Sheriff; 14 se encadenaron a unas barras de concreto localizadas cerca del árbol de nogal considerado el abuelo más antiguo de la granja y que fue convertido en un altar en defensa de todas las especies vivientes. A sus ramas han subido diversos defensores de los bosques como la ambientalista Julia Butterfly Hill y Rufina Juárez, -la primera permaneció arriba 19 días sin comer (ella regresó el sábado a San Francisco) y la segunda durmió tres noches entre sus hojas, antes de ser desalojados-.

Tres helicópteros de la policía y varias unidades de paramédicos del Departamento de Bomberos también apoyaron el operativo en el que los oficiales tuvieron que echar mano de taladros para poder arrancar a los activistas encadenados al concreto. Algunos de ellos fueron sacados por la fuerza en camillas ya que por su propio pie nunca abandonarían el jardín a su suerte.

Ostentando el poder que reflejan sus uniformes antimotines –rifles con balas de goma, chalecos antibalas y toletes- los uniformados cercaron el terreno y se desplegaron sobre la Calle 41 y la avenida Long Beach. En la intersección de ambas rutas, alrededor de 500 manifestantes se congregaron para protestar por el absurdo e irracional desalojo.

Cerca de las 11:00 de la mañana, Valerie Skalarevsky, tomó de la mano a su hija adolescente y se sentó sobre la avenida Long Beach, la siguieron una joven y un muchacho y minutos después eran varios los jóvenes los que bloqueaban el tráfico. ¡ Este país está enfermo!, decía la mujer frente a las cámaras de televisión ¡Tenemos que parar esta locura!, repetía.

A partir de la toma de la huerta, uno a uno, los defensores de la granja fueron expulsados del “edén comunitario” como también suelen llamar a este espacio, mientras cientos de jóvenes, miembros de la comunidad y simpatizantes realizaban una ruidosa protesta en apoyo a los campesinos.

Manifestantes de todos los grupos étnicos que componen esta Torre de Babel acomodaban -en consignas dichas en español e inglés-, su indignación por lo que estaba ocurriendo a unos metros de distancia. Solo el constante paso del tren ligero y la amenazante presencia de los agentes, separaban a la multitud del bosque (a punto de ser sacrificado frente a las decenas de cámaras de televisión).

El espíritu de Zapata –el abuelo Votán Zapata, Emiliano y los nuevos Zapatistas intergalácticos- también marcharon sobre la banqueta de la avenida Long Beach. Varios jóvenes de origen mexicano portaban paliacates de colores. Los letreros en apoyo al pueblo de Atenco también desfilaron frente a los arrogantes policías (muchos de ellos con apellidos latinos).

“¡Zapata Vive, vive!, ¡Que viva César Chávez!, gritaban mujeres y hombres. Posicionados y listos para el ataque, los policías parecían ignorar el significado de la bulla: “¡Aquí estamos y no nos vamos…y si nos echan, nos regresamos!”, gritaban los enfurecidos muchachos y muchachas que desplegaban coloridos carteles y mantas en defensa del jardín.

Rostros del color de la tierra, cuestionaban a los policías: “Why are you helping to destroy life? ¿Por qué ? ¿Por qué estás ayudando a arrancar la vida, el alimento de los niños y de la gente pobre?, les gritaban en su cara.. “Es mi trabajo”, respondió un policía de innegable raíz mexicana, quien agregó que solo estaba ahí para cuidar a la gente. ¡Qué vergüenza!, le estopaban otros.

Mientras tanto, antes del mediodía, las máquinas continuaban arrasando con los árboles de aguacate, durazno, cactus de nopales, verdolagas, quelites, calabacitas, chayotes, cañas, platanares…las rosas morían a montones por la aplastante fuerza destructora de los buldózeres.

Apenas hace dos días, en un soleado de domingo, los angelinos entraban y salían de la granja. Sonrientes y felices, se veía a los consumidores de producción fresca, salir con manojos de zanahorias, espinacas, flores, con canastas llenas de elotes, limones, tomates, peras, flores de calabaza, coles y berenjenas, entre otros vegetales y dulces frutas.

Al momento de escribir esta crónica –o mejor dicho, este recuento de una batalla más de la muerte contra la vida-, la huerta se encuentra cercada por una malla de alambre; por dentro, está organizada como un jardín habitado pues aparte de que cuenta con especies de corralitos de unos 20 por 20 metros –también divididos por mallas-, tiene varias avenidas. Desde hace tres años, los domingos se convierten en festivales en los que hay música de banda y muchos platillos elaborados con productos orgáncos cosechados ahí mismo.

Dentro del terreno, las familias encabezadas por hombres y mujeres, se concentraban en quitar la hierba que nació entre los surcos; otros sostenían mangueras con las que regaban agua a los cultivos. Todo este empeño, con tal de disfrutar alimentos saludables, como comentó Levit Escoto, originario del estado mexicano de Morelos y residente del área Sur Centro desde hace 34 años, de los cuales 13 ha dedicado a sembrar sus propias hortalizas.

El pasado domingo el jardín recibió la visita de varios músicos y artistas, entre ellos, el millonario cantante de música country Willy Nelson así como el también rico (pero por tener un corazón bien grande) León Chávez Texeiro y Mauricio Díaz “El Hueso” (el de las rolas chilangas).

Frente a los árboles, han confesado su solidaridad varias personalidades como la popular cantante chicana Joan Baez, quien hoy fue arrestada por encontrarse arriba del árbol, visto como el guardián y protector de toda la huerta. Además, apoyan esta lucha una larga lista de celebridades de la sociedad anglosajona consciente.

La famosa actriz Daryl Hannah y John Quigley fueron los últimos en ser forzados a abandonar el árbol-altar (alrededor del nogal habían sido colocadas cientos de veladoras, flores y estampas de la virgen de Guadalupe). Los bomberos y policías tuvieron que utilizar una enorme grúa que finalmente los arrancó del árbol para ser esposados por los alguaciles.

A partir de este momento, la polarización se ha hecho más evidente. Por un lado, está el empresario Ralph Horowitz, quien no se muestra dispuesto a dar marcha atrás en su intención de destruir la fuente de comida de cientos de familias pobres; a su lado están las autoridades de la alcaldía de Los Ángeles, con Antonio Villarraigosa (un hijo de inmigrantes mexicanos), como alcalde; Lee Baca, el jefe del Departamento del Sheriff y otros como el Procurador de la Ciudad, Rocky Delgadillo, todos ellos de origen mexicano y que ahora son vistos por la comunidad como traidores.

Del otro lado, los campesinos están defendiendo la tierra y su derecho a trabajarla -hasta el último minuto-, con sus manos, ellos han sembrado semillas que les fueron dadas por sus abuelos para que pudieran sobrevivir. A su lado están muchos corazones y mentes que saben distinguir entre la vida que brilla en las espigas de la milpa y el cemento que es su sepultura.

La lucha no termina con las decenas de personas encerradas en las cárceles. En varias áreas de la ciudad (no solo en el Sur Centro) ya se habla de comenzar walk-outs (salir en protesta de las escuelas) y más movilizaciones para impedir que las máquinas terminen de destruir el jardín comunitario.

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